Si no fuera por su título
y su inquietante portada, al empezar a leer El conspirador se tendría
la sensación de que se está ante una convencional novela romántica.
Una joven e ingenua británica se enamora de Desmond Lightfoot, un
apuesto militar. Tras un viaje a la casa familiar de Desmond y
algunas desavenencias, por fin los enamorados se casan y disfrutan de
una luna de miel de ensueño. Aquí terminaría la novela con un
clamoroso final feliz.
Pero entonces empieza la
novela de verdad. Y lo que nos encontramos es una mezcla de Casada
con un comunista (no la novela de Philip Roth Me casé con un
comunista, sino la película macartista de finales de los años 40) y
Sospecha, el film de Alfred Hitchcock protagonizado por Cary Grant y
Joan Fontaine. Resulta verdad que Desmond era demasiado bueno para
ser real, y el romanticismo deja paso a la suspicacia, la traición,
el miedo.
Aunque poco se sabe sobre
Humphrey Slater, su peripecia vital sigue el mismo patrón que el de
muchos intelectuales británicos que se adhirieron al comunismo en su
juventud y tras el desencanto con esta ideología se dedicaron a
prevenir del peligro soviético. Después de la II Guerra Mundial
hubo una gran abundancia de obras propagandísticas que apenas
disimulaban detrás de un ropaje artístico su intención política,
pero si El conspirador se puede seguir leyendo hoy es debido a sus
cualidades literarias y al dominio de Slater para mantener la
intriga.
Es cierto que Slater no
puede evitar caer en ciertos tópicos, pero también es verdad que
dota a sus personajes de una profundidad inhabitual en los títulos de
propaganda. Por ejemplo, el alto dignatario ruso aparece como un ser
humano, con sus preocupaciones pedestres, su amor paternal y sus
problemas cotidianos. Es un canalla, sí, pero de carne y hueso. De
la misma manera, la trama psicológica creada alrededor del
matrimonio protagonista es matizada y creíble. Al fin y al cabo, la
historia de amor no termina con la luna de miel.
Editorial
Galaxia Gutenberg – Círculo de lectores
Traducción
de Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté
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