Elia Kazan es considerado
el primer director moderno de Broadway. Con sus montajes de Muerte de
un viajante o Un tranvía llamado deseo se convirtió no solo en el
más exitoso creador del teatro americano de los años 40, sino en un
respetado innovador que dio una nueva dimensión y categoría al
oficio de director de escena. Y qué decir de su labor
cinematográfica. Películas como La ley del silencio o Río Salvaje
se han convertido en clásicos imperecederos. Bertrand Tavernier
llegó a decir “¿Qué es el cine? (…) El cine es Kazan y
Esplendor en la hierba”. Además, Elia Kazan también fue un
novelista de considerable éxito en su época y el autor de esta
extraordinaria autobiografía.
Y sin embargo, tenemos la
impresión de que Kazan no ocupa el lugar que merece en el Olimpo de
los grandes artistas. La explicación sería sencilla: su pecado
nunca fue perdonado. Porque en la actualidad ya no se le da mucha
importancia a los pecados, pero hay uno que sigue siendo transgresor,
quizá el único tabú que siga en pie: la traición. Pero eso no es
todo. Lo peor es que esa traición fue pública. Todo el mundo, y
seguramente más sus mayores acusadores, han cometido vilezas en su
vida. Pero ninguna que haya tenido tanta resonancia como la delación
de Kazan durante la caza de brujas.
Ciertamente, lo que hizo
Kazan es inexcusable, un acto deleznable y merecedor de todas las
recriminaciones de las que fue objeto. Pero al estudiar su obra, este
aspecto debería quedar a un lado. Sin entrar en cuestiones sobre la
responsabilidad moral del artista, ¿quién es el crítico para
juzgar al hombre? En A Life Kazan dedica páginas y páginas a
explicar su delación. Nunca pide disculpas. Tampoco se justifica.
Siente arrepentimiento, pero dice que pronto se le pasó. Hay
matizaciones, contextualización, pero Kazan se niega a dar su brazo
a torcer: lo que hizo estuvo mal, pero era la menos mala de dos
alternativas penosas. Así que no, no se arrepiente.
Pero A Life es mucho más
que un libros sobre la culpa o sobre ese momento decisivo. Su
extensión, cercana a la de Guerra y paz, da para mucho. Su infancia
en una familia de origen griego (griegos de Anatolia, eso sí que
marca), su llegada a Estados Unidos, su lucha por conseguir una
“posición” en la sociedad, su ingreso en el teatro, su posterior
triunfo, su conquista del Oeste, sus numerosas conquistas y su
fidelidad a su esposa, sus fracasos, su neurosis, sus desventuras
familiares, muchas muertes, mucho amor. Kazan solo quiere un refugio,
encontrar un hogar. Pero cuando lo consigue, se da cuenta de que
busca otra cosa. Quiere ser el número uno, pero sin hacer
concesiones. Conoce sus limitaciones y sus puntos débiles. Pero no
cejará en su lucha por imponerse.
El libro es así, una
descontrolada sucesión de vivencias, un continuo aparecer de nombres famosos y de otros más personales que desfilan por la atribulada su
vida. Kazan no era un escritor profesional, lo que se percibe en la
desamañada estructura de estas memorias, pero poco importa: aquí
hay pasión, hay sinceridad, hay un empeño casi suicida por dejar
las cosas claras. Kazan repite en un par de ocasiones que su modelo
es Rousseau. También comenta la advertencia de su secretaria de que
se va a quedar sin amigos. Y expresa el temor a que sus hijos se
enfaden con él, lo único que realmente le preocupa. Y es que Kazan,
tan crítico con los demás, es implacable consigo mismo. El lector
saldrá con un conocimiento enriquecedor de un lugar y un tiempo
apasionantes, se verá envuelto en un torbellino imparable de
emociones y sentimientos contradictorios. Llegará a admirar a Kazan
y a comprenderle mejor. Que no le guste el hombre, no es problema de
Kazan. A él tampoco le gustas tú.
Editorial
Anchor Books
Edición en
castellano en Temas de Hoy
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