En
una de las últimas entradas de su blog, Andrés Trapiello decía que
“la ficción puede constituirse en hecho, pero los hechos no son
una ficción”, que podría ser una explicación de la cita de
Dickens con la que se abre El final de Sancho Panza y otras suertes:
hechos, solo hechos. Porque ningún libro como El Quijote para
demostrar el poder tangible de la literatura. Cervantes no solo
descubrió una nueva forma de escribir y leer, sino que después de
El Quijote la misma realidad cambió: ya no es posible ver el mundo
de la misma manera.
Por
eso el salto mortal que Trapiello inició con Al morir don Quijote y
que continúa con El final de Sancho Panza es triple. No es tan solo
rescatar los personajes ideados por Cervantes y darles una nueva
vida, sino que el autor se adentra en el peligroso campo de la
metaficción y, quizá lo más difícil, tiene que situarse a al
misma altura moral que Cervantes. Y es que la idea puede sonar
artificiosa, pero cuando reconocemos el humanismo cervantino intacto
en las páginas escritas por Trapiello, tenemos que valorar no solo
el logro artístico, deslumbrante, sino el más importante todavía
reivindicación del humanismo.
Por
ejemplo, la escena en la que Sancho se despide de su rucio, cuyo
nombre ahora sabemos que era Almanzor, es de una ternura, de una
sensibilidad, que pone de relieve no solo el alma pura de Sancho,
sino la bonhomía del autor. Pero este es solo uno de los múltiples
episodios que abarrotan la novela, desbordante de este sentimiento de
nobleza, en la que sus héroes siempre hacen lo que tienen que hacer,
transformándose en modelo de comportamiento. Hay tantos gestos
hermosos, tanta generosidad, que el lector no puede evitar conmoverse
ante la suerte de los protagonistas.
Por
otro lado, también hay que valorar la exuberancia literaria de El
final de Sancho Panza. Al igual que ese Nuevo Mundo sorprendente y
desmesurado en el que la vida tiene algo de realismo mágico, la
escritura de Trapiello es desbordante y colorida. Ya es conocida la
maestría de Trapiello, también de herencia cervantina, en mezclar
un estilo elevado, de una riqueza expresiva apabullante (no es raro
encontrar en una frase tres palabras de significado ignoto), con un
tono sencillo, del que escribe como se habla. Porque, como en Azorín,
aunque no se conozcan las palabras, el sentido es claro.
Editorial
Destino
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