El
hecho de que Diario del año de la peste mantenga su popularidad casi
300 años después de su publicación se debe a la multitud de
lecturas diferentes que contiene. En una época en la que el concepto
de novela todavía no estaba del todo definido, Daniel Defoe se
adelantó a muchos experimentos posteriores y legó una obra que es
muchos libros en uno.
Como
dice Anthony Burgess en su magnífico prólogo, este Diario se puede
leer como un libro de historia. Cierto que Defoe lo escribió más de
50 años después de que la plaga diezmara Londres, por lo que su
conocimiento de primera mano era escaso, y que se ocultó detrás de
unas misteriosas iniciales para narrar lo sucedido, pero la impresión
que tiene el lector no es la de estar ante una invención. La
abundancia de datos, los testimonios registrados y un sentimiento que
no se puede falsear atestiguan su veracidad.
Pero
el libro también se puede leer como un estudio sociológico. Las
diferentes reacciones de la gente ante la propagación de la peste,
que, como se suele decir, sacó lo mejor y lo peor del ser humano,
las relaciones de clase, el refugio en la religión, la extensión de
las supersticiones o las maneras de sobrevivir configuran un panorama
completo de la sociedad inglesa del siglo XVII que no sería muy
difícil trasladar a la actualidad.
Aunque,
como también señala Burgess, el Diario de Defoe se diferencia de La
peste de Camus en que no se trata de una alegoría. Aquí todo lo que
se cuenta es real, con una escrupulosidad admirable. Como todo libro
que ha sobrevivido al paso del tiempo, este está escrito con
llaneza, sin más pretensiones que contar una buena historia de
manera accesible. Y puede que el estilo de Defoe sea algo farragoso y
que la parte final caiga en redundancias, pero su viveza permanece.
Editorial
Alba
Traducción
de Carlos Pujol
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