Quizá
Historia de dos ciudades no esté entre los libros más valorados de
Charles Dickens, pero seguramente esta posición relegada no tiene unos
motivos estrictamente literarios, sino que se debe a que no parece
“un libro de Dickens”. Porque en él encontramos la maestría
narrativa del autor y su habilidad para crear personajes memorables,
pero al ser una novela histórica no comparte la inmediatez urgente
que hace sus novelas tan verdaderas y emocionantes. Pues, cuando se
habla del realismo de Dickens no se trata tanto de un cierto
costumbrismo apegado a la cotidianidad como de su capacidad para
reflejar a través de la literatura la vida misma.
En
el caso de Historia de dos ciudades lo más extraordinario es la
capacidad de Dickens para retratar los sentimientos más exaltados a
través de la contención. A lo largo de sus páginas asistimos a una
historia de amor exacerbada, a varias redenciones personales de
implicaciones casi místicas, a la expresión desaforada de ansias
que van desde la venganza hasta el sacrificio, pero en todo momento
Dickens sabe mantener las distancias. Sin caer en el melodrama ni
jugar con el lector, presenta todos estos conflictos, y muchos más,
de manera apasionada, pero sin excesos sentimentales.
También
es habitual acusar a Dickens de maniqueísmo en su pequeña historia
de la Revolución francesa, como si hubiera presentado a los ingleses
como seres perfectos y a los franceses como un hatajo de fanáticos.
Pero tal acusación solo puede venir de alguien que no haya leído el
libro. La sociedad inglesa que dibuja Dickens dista mucho de ser
idílica, mientras que si bien se muestra muy distante de la furia
criminal de los exaltados revolucionarios, no deja de comprender sus
motivos y de avisar de que la injusticia prolongada lleva
irremediablemente a una contestación a la altura de las injurias
sufridas.
Pero,
más allá de las consideraciones sociales o históricas, donde
destaca Dickens es cuando se centra en sus personajes, esos seres de
carne y hueso envueltos en acontecimientos históricos que los
superan. Aquí nos encontramos con la genialidad del autor para
componer caracteres complejos, a veces contradictorios, a veces
simbólicos en su pureza. Los buenos siempre tienen un pasado del que
escapar, mientras que los malos actúan movidos por razones
comprensibles. Y siempre hay una evolución, una confrontación que
hace que cada uno tenga que asumir su propio destino.
Editorial
Alba
Traducción
A. de la Pedraza
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