De
un libro tan particular como La cultura, cuyo subtítulo “todo lo
que hay que saber” ya da una idea de sus ambiciones, lo primero que
llama la atención es que siendo su autor, Dietrich Schwanitz,
alemán, el humor esté presente en cada una de sus páginas. Y si
podría parecer que este comentario cae en el tópico, recordemos que
Schwanitz no tiene empacho a la hora de recurrir a los estereotipos
nacionales más locos. Así, para él “el pueblo vasco se ha dado a
conocer por su peculiar boina y por al organización terrorista ETA”,
o los españoles “nunca salen a pasear vestidos de cualquier forma,
por ejemplo con pantalón corto y sandalias u otras prendas de mal
gusto, sino siempre vestidos elegantemente”. Si tan solo fuera
verdad.
Lo
que no queda muy claro es la intención de Schwanitz con este libro.
Porque si en apariencia podría pasar por una guía para jóvenes con
interés por introducirse en el mundo de la cultura, en realidad
queda la sensación de que se trata de un manual para comportarse en
sociedad. En muchos apartados parece que a Schwanitz no le interesan
otros valores de la cultura más que el no quedar como un tonto o el
saber mantener una conversación. Nada de formación personal o de la
satisfacción que provoca el arte por sí mismo: todo es cuestión de
alardear.
La
primera parte del libro es un rápido vistazo a la historia de
Occidente. A un estudio que dedica una página al feudalismo no se le
puede exigir profundidad ni cuidado por los matices, y en cualquier
caso la narración de Schwanitz es fluida y comprensible en su
esquematismo. Pero lo que sí es reprochable es su inexactitud, pues
abundan los errores en datos básicos que, después de la multitud de
reediciones que ha tenido el libro, deberían haber sido corregidos.
Tras
este repaso a la velocidad de la luz de la historia europea,
Schwanitz se centra en las grandes obras de la literatura de los
últimos 700 años. A la fuerza la selección es arbitraria y
reducida, pero no está mal como lista de libros que toda persona
culta debería haber leído... o al menos poder simular que ha leído.
Pero cuando Schwanitz pasa a hablar de teatro, parece volverse loco e
introduce un diálogo entre seis dramaturgos del siglo XX que es puro
disparate (intencionado, eso sí).
Como
si el resumen histórico hubiera dejado exhausto a Schwanitz, a la
hora de hablar de arte se disfraza de guía de museo y va acompañando
al lector por las salas de los diferentes movimientos artísticos sin
dar respiro. Como buen alemán, da lo mejor de sí mismo cuando se
detiene a hablar de música, y lo hace de una manera accesible a la
persona más ignorante, pero de forma muy sugerente.
Schwanitz
era filólogo, pero si no tenía reparos a la hora de dar lecciones
de historia, tampoco se iba a detener ante el reto de explicar
filosofía, ni tan siquiera ante la confuxión que plantean algunos
de los pensadores más herméticos (y disparatados, todo hay que
decirlo) del siglo XX, como Heidegger, Foucault o Derrida. Sin
embargo, ante la ciencia si parece tener más reparos y apenas apunta
algunas ideas muy generales.
En
la segunda parte del libro es cuando Schwanitz explicita de una
manera más abierta su intención de convertir en libro en un
compendio de reglas para poder moverse en sociedad sin parecer
inculto. Aquí se expresa la verdadera filosofía del autor, pero
queda en manos del lector hacer uso de ella. O bien se toma el libro
como una introducción que abre caminos al saber, o como un simple
atajo para aparentar lo que no se es.
Editorial
Taurus
Traducción
de Vicente Gómez Ibáñez
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