miércoles, 10 de junio de 2015

Autobiografía, de Mark Twain


A lo largo de las páginas de la Autobiografía de Mark Twain desfila toda una tropa de escritores de gran popularidad en su época que hoy solo sonaran a especialistas y, como en el caso de la inefable Marie Corelli, son más recordados por sus excentricidades que por su obra literaria. Por eso es tan extraordinario el caso del propio Twain, que no solo ha superado la implacable prueba del tiempo, sino que ha tenido que superar otros escollos que que habitualmente laminan la pervivencia de una obra: su fabuloso prestigio en vida (durante décadas fue sin duda el autor más famoso de Estados Unidos) y el hecho de ser un escritor humorístico, cuando como es sabido el humor es uno de los géneros más difíciles de perdurar.

Twain prodiga su gracia innata por toda su Autobiografía, pero lo cierto es que todo el libro también está teñido de melancolía y muerte. Como Twain dice explícitamente, a veces la narración parece un paseo por un cementerio en el que descansan sus seres más queridos. Aparte del lamento por la pérdida de sus amigos, lo más doloroso para Twain es describir la muerte de sus hijos y de su mujer. En este último caso, el fallecimiento de su amada Clara, la angustia causada paralizó su trabajo durante más de un año, y el tono feliz y vital ya no pudo ser recuperado.




Antes de ello, Twain construyó un libro de memorias en el que primaban las anécdotas ligera y el retrato de personajes sin pelos en la lengua. Desde la fantástica evocación de sus días infantiles, muy en el estilo de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, hasta la tranquilidad de su edad madura pasada en Europa, Twain se deleita en la recuperación de los momentos más exaltados y divertidos de su existencia, sin olvidarse de los tragos más amargos. En cada pasaje Twain delpliega su habilidad para el colorido en la construcción de escenas y su ironía a prueba de cualquier situación.

En lo que respecta al retrato de las personas que conoció, Twain se sirve de la libertad que le permitía la publicación póstuma de esta Autobiografía para decir lo que realmente pensaba de ellas. Porque Twain es generoso con sus amigos, con su prodigioso talento para perfilar un carácter gracias a pequeños detalles, y siempre se sitúa a sí mismo en el centro de la burla, pero tampoco se guarda sus rencores cuando tiene que hablar de aquellos que le jugaron una mala pasada o cuyo comportamiento juzgaba execrable.

Curiosamente en el libro apenas hay referencias al proceso creativo y las menciones a sus libros son muy secundarias, apenas un “lo escribí en tal año” o “gané tanto dinero”, como mucho un “ese personaje estaba basado en tal persona que conocí”. No hay envanecimiento literario ni orgullo por sus logros, más allá de que le posibilitaran llevar una vida acomodada (además de varios traspiés mercantiles). Tampoco se trata de un falso desprecio ni de renegar de su legado. Lo que está claro es que para Twain lo importante no era la literatura en sí, sino la vida. Quizá por ello su obra haya prevalecido.

Editorial Espasa

Traducción de Federico Eguíluz

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