Uno
de los equilibrios más delicados que debe buscar la novela
contemporánea se sitúa en la balanza entre ligereza y profundidad.
El camino más fácil (y cobarde) por el que transita gran parte de
la literatura actual es tomárselo todo a broma, distanciarse de lo
narrado y, desde una posición de superioridad, burlarse de sus
personajes y de los “grandes temas”. Pero, por otro lado, el
lector moderno a duras penas toleraría un tono elevado y
sermoneador, como el de esos autores que parecen estar dando
lecciones morales a cada vuelta de página.
Para
encontrar el punto justo el autor tiene que arriesgarlo todo y correr
el riesgo del ridículo, pero solo así conseguirá que su obra sea
verdaderamente sincera y sentida. Además, no tendrá que tomarse a
sí mismo demasiado en serio, a riesgo de caer en la pretenciosidad.
En El verano mágico en Cape Cod Richard Russo consigue esta precisa
(y preciosa) aleación contando la historia de Griffin y su familia,
la historia de una descomposición en la que todavía hay espacio
para reconciliación y la ironía.
En
realidad la historia de El verano mágico es tan personal que puede
parecer ya vista. Un hombre maduro con dificultades en su matrimonio
tiene que enfrentarse a la muerte de su padre y asumir que la vida
que ha elegido ya no da más de sí, que ya ha llegado a la línea de
meta y ahora solo lo queda mirar hacia atrás, situación ante la que
naturalmente se rebela, aunque sea con la torpeza e inconsciencia de
un adolescente. Las celebraciones familiares (dos bodas) y diversos
encuentros jalonarán su camino hacia la aceptación.
La
escritura de Russo en algunos momentos también puede parecer
demasiado académica, “perfecta”, en su sentido menos creativo:
todas las piezas encajan de manera precisa y el mecanismo de la
narración es tan transparente como predecible. Sin embargo, la
honradez del autor prevalece y redime sus posibles concesiones al
convencionalismo. Russo ha creado un personaje que todo el mundo
puede reconocer, con la posibilidad de que pueda parecer un
arquetipo, pero en realidad lo que ha retratado es a un ser humano
que no nos puede ser ajeno.
Editorial
Alfaguara
Traducción
de Mariano Antolín Rato
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