Aunque
Edmund Crispin escribió El misterio de la mosca dorada en plena
Segunda Guerra Mundial (con tan solo 23 años), en la novela la
guerra apenas aparece como un telón de fondo, con algunas
referencias a los apagones o la aparición muy fugaz de algún
aviador, pero, como pasa en las novelas de Jane Austen respecto a las
guerras napoleónicas, sin que en ningún momento la contienda bélica
afecte en modo alguno al progreso de la acción, como si los
bombardeos fueran una pequeña molestia de la que es mejor ni hablar.
Este
alejamiento de la realidad circundante es una de las características
de los libros de Crispin, encerrados en su propio mundo literario en
el que incluso una ciudad tan real como Oxford se convierte en un
escenario teatral propicio para el desarrollo de tramas criminales y
la aparición de personajes tan bien definidos como inverosímiles,
como el mismo Gervase Fen, según su propia apreciación el primer
profesor de literatura convertido en detective de novela. Y es que
una de las señas de modernidad de los libros de Crispin es su
autoconsciencia.
En
El misterio de la mosca dorada sus personajes tienen perfectamente
claro que están dentro de una novela, por lo que saben que deben
respetar las normas del género, aunque esta restricción sea en
realidad solo un marco formal que no impide al autor jugar a su
antojo con las reglas y saltárselas cuando más le conviene. Por
ejemplo, aunque el punto de vista predominante en la narración es el
del joven periodista Nigel, cuando por conveniencia de la trama es
necesario buscar otra perspectiva el autor no tiene ningún empacho
en saltarse el eje.
El
misterio de la mosca dorada fue el primer libro escrito por Crispin y
todavía no había alcanzado la perfección estilística que lograría
solo dos años después con La juguetería errante, y que se
confirmaría con sus siguientes entregas. Hay demasiada dispersión y
cierto embarullamiento, pero de igual manera la lectura es un goce
continuo en el que además se puede disfrutar de un elemento añadido:
las siempre sugerentes historias del mundo del teatro, mezcla de
gloria, vanidad y chismorreos.
Pero
eso no es todo. Por un lado, como sencillo entretenimiento, la
novela, plagada de bromas y de comentarios ingeniosos no tiene
desperdicio, y además ya podemos ver a un Fen en todo su esplendor.
Por otra parte la “pasión referencial cultista” de Crispin, como
señala José C. Vales, aunque incomprensible en su totalidad, da una
densidad a la novela que la convierte en un desafío en sí misma más
allá de la simple resolución del misterio. Así que cuando llegue
la hora de desvelar las incógnitas, parte que se extiende a lo largo
de quince páginas, la verdad será lo de menos.
Editorial
Impedimenta
Traducción
de José C. Vales
No hay comentarios:
Publicar un comentario