Como
un paseante ocioso que no tiene ninguna prisa en llegar a su meta,
Bernard Frank camina por las páginas de Les rues de ma vie (Las
calles de mi vida) deteniéndose a cada paso, a la menor oportunidad,
parándose en cafeterías (se conoce todas las de París) y reposando
en sus amados restaurantes hasta que parece olvidar qué hacía allí.
Ciertamente lo que a Frank le interesa no son los monumentos ni los
lugares de la memoria oficiales, sino sus propios rincones
sentimentales y aquellos sitios en los que más disfrutó de la
amistad.
Este
modo alegre y ligero de ir por la ciudad y por la vida también se
transmite en un peculiar estilo literario: Frank puede iniciar un
enunciado y no completarlo hasta una página después, entretenido
mientras tanto en diversas divagaciones. Con una escritura saltarina
y vivaz, el autor guía al lector por unos senderos que no conocía y
gracias a los cuales quizá no sepa más de historia o de gran
cultura, pero conocerá de manera genuina el verdadero espíritu de
la ciudad.
La
ciudad, obviamente, es París. Y aunque Frank se declara un parisino
peculiar (y bien que lo era), estas rememoraciones urbanas están
enteramente consagradas a la que él prefiere denominar como “la
ciudad de los restaurantes”. Frank es tan suyo que incluso
reivindica el distrito 16, el barrio más puramente burgués de
París, tantas veces despreciado por esnobs e intelectuales. Pero qué
le vamos a hacer, a Frank le gusta la gran vida y no va a ocultar sus
preferencias, siempre con un punto de provocación ante el pensar
siempre correcto de sus amigos más rebeldes.
Efectivamente,
Frank es lo que en español se denomina un “bon vivant”; para él
una buena comida, una buena bebida y una buena compañía son la
culminación de la existencia. Se le podría acusar de superficial,
pero solo desde la posición de superioridad moral que tanto amarga
la vida. La alegría de Frank, su deleite por los regalos más nimios
e inesperados, se contagia desde las páginas de Les rues de ma vie,
que se convierte no solo en la guía de París más particular que se
pueda imaginar, sino en una declaración filosófica sobre la pasión
por la vida normal.
Editorial
Le Dilettante
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