Quizá el motivo
por el que Alma Cogan no haya sido editado en español sea que en
nuestro país poca gente ha oído hablar de esta cantante, una de las
intérpretes melódicas más exitosas de Gran Bretaña en los años
50. Pero aparte del hecho de que al parecer incluso en su país de
origen ya se trata de un personaje olvidado (al menos hasta que fue
recuperado por Gordon Burn), lo cierto es que este desconocimiento en
nada afecta a la calidad literaria de la novela.
Porque Burn deja
claro desde el principio que Alma Cogan una novela, basada en
hechos reales, como se suele decir, pero producto de la fantasía,
como demuestra un hecho no menor: aunque la verdadera Cogan murió en
1966, el libro está narrado por la propia intérprete a mediados de
los años 80. Más que un juego literario (expresado con el mayor
respeto), el propósito de Burn es establecer de esta manera radical
uno de los motivos de la novela: para una artista el olvido es algo
muy parecido a la muerte.
Cogan, con la
mediación de Burn, recupera sus días gloriosos, pero lo hace sin
embellecer el pasado. Es más, uno de los puntos principales en los
que se apoya el autor es en el desmantelamiento del mito, en el
ataque despiadado a uno de los mayores incordios de la sociedad
actual: la nostalgia. Para Cogan esos años de vino y rosas en
realidad están teñidos por la inseguridad, el horror y una continua
sensación de inquietud.
No sería muy
difícil establecer un paralelismo entre Cogan y una figura como la
de Amy Winehouse. Cierto que Cogan no pasó por los problemas de
adicción que finalmente acabaron con la vida de Amy, pero sí que
sufrió el mismo acoso de los fans, esa sensación de estar rodeada y
sin posibilidad de escape. En la parte final de la novela, cada vez
más turbia y agobiante, Cogan tendrá que hacer frente a la locura y
la violencia desbocada. Sin tenerlas todas consigo, el lector
pensará: menos mal que es una novela.
Editorial
Minerva
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