Puede haber
muchos motivos por los que Hillel Halkin no publicó su primera novela
hasta cumplir los 73 años, pero si algo queda claro al leer
¡Melisande! ¿Qué son los sueños? es que Halkin no posee
precisamente una gran imaginación. Grave rémora para un autor de
ficción, se dirá. Pero si hay una lección que sacar tras concluir
¡Melisande! es que con una sólida base literaria, una buena
capacidad de observación y una gran habilidad técnica, la
imaginación pierde relevancia.
Porque si Hoo,
el narrador de la novela, parece vivir un continuo déjà vu, no ya
en su rememoración biográfica, sino en el momento mismo en el que
experimenta los sucesos que marcan su vida (diversas teorías sobre
la reencarnación, ya sea desde la perspectiva hinduista o desde la
romántica dan densidad conceptual a la novela), lo cierto es que el
lector experimenta la misma sensación de estar ante algo ya
conocido. Hasta los desvíos más inesperados, como la inclusión
de un relato de raíz bíblica o el brillante juego de las notas
recuperadas, tienen en Halkin cierto regusto de fórmula.
Ciertamente,
¡Melisande! se puede leer casi como un repaso a la literatura
norteamericana del siglo XX, con huellas evidentes de Salinger,
Kerouac o Cheever (curiosamente, pese a ser Halkin un convencido
sionista y estudioso del judaísmo, las referencias tan típicamente
literarias a las peculiaridades de los judíos no están presentes en
la novela, aunque tampoco sería difícil encontrar similitudes con
los personajes de Isaac Bashevis Singer o Saul Bellow). Además, en
lo que ya puede ser una apreciación más discutible, me pareció que
un tono muy truffautiano sobrevuela por todo el libro.
Todas estas
referencias, sombras y homenajes, que sin embargo no se confunden en
un popurrí, hacen que ¡Melisande! adquiera diversas
lecturas: por una parte se puede disfrutar como una gran historia de
amor de elaboración exquisita, y por otro lado también como un
experimento estilístico de sabia depuración. La única lástima es
que tan prodigiosa alquimia, por muy admirable que sea, no permite
espacio para el autentico sentimiento. Y de la imaginación podemos
prescindir, pero de la verdad no.
Editorial
Libros del Asteroide
Traducción
de Vanesa Casanova
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