Es llamativo el hecho de que este precioso, casi preciosista libro de
Manuel Arroyo-Stephens, tan difícil de etiquetar como fácil es
salirse del embrollo genérico calificándolo con un “muy poético”,
tenga en su título un gerundio, ese monstruo para los correctores de
estilo y supuesto invasor despiadado para los puristas resistentes a
cualquier atisbo de anglicismo. Se puede considerar esta anotación
como una pedantería, pero mejor nos lo tomamos como una indicación
de que el autor, ya desde el título, ha hecho lo que le ha venido en
gana, sin atenerse a rigores ni canónicos ni estilísticos.
A
estas alturas, Arroyo-Stephens, sin duda uno de los grandes editores
españoles de las últimas décadas, puede permitirse escribir sobre
lo que quiera y como quiera. De tal manera que si Pisando ceniza
comienza como unas típicas memorias en las que parece que el autor
va a recuperar sus inicios en el mundo libresco (época en la que le
sucedieron cosas tan extraordinarias como conocer a un librero de
viejo aficionado a la lectura), sin solución de continuidad pasa a
ser casi un reportaje sobre Rafael de Paula (apto incluso para
antitaurinos), y de aquí, muy sutilmente, a un recuerdo de los
últimos días de José Bergamín (o alguien que se le parecía
mucho).
El
capítulo Palangana, similar a la Taberna fantástica de Alfonso
Sastre, nos saca un poco del espíritu del libro y particularmente no
lo encuentro muy satisfactorio, pero Arroyo-Stephens pronto recupera
el pulso en su viaje de retorno a su pueblo, donde se encuentra con
ese magnífico personaje que es su madre, inventora del monólogo
exterior. Sin sentimentalismos, pero tampoco ocultando el patetismo y
el dolor, Arroyo-Stephens narra los últimos días de su madre con
delicadeza y orgullo.
Porque
el autor, que evita en todo momento entrar en el territorio de la
confesión, no se priva de dejar claros sus sentimientos hacia las
personas que le rodean, por muy cercanas a él que sean. El tiempo
apenas ha apaciguado su rencor hacia su padre o la indiferencia hacia
sus hermanos. Pero un libro como Pisando ceniza, en el que la muerte
es el único hilo conductor evidente, no está pensando para calmar
ánimos ni buscar reconciliaciones: es una necesidad largamente
aplazada que plantea un juego sin solución: qué gran escritor han
perdido las letras españolas a costa de un disfrutar de un editor
sobresaliente.
Editorial
Turner
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