Si en Ragtime
E. L. Doctorow consiguió transmitir a través de los más
sofisticados recursos novelísticos el ambiente y el ritmo de la
primera década del siglo XX en Nueva York con una mezcla de
personajes y situaciones reales y de inventiva puramente creativa, en
1927: Un verano que cambió el mundo Bill Bryson se ciñe a la
documentación histórica y periodística para lograr empapar al
lector con la misma sensación de vívida representación no ya de un
momento particular (y trascendente), sino de un estilo, de una forma
de entender el mundo que hoy, pese a que solo han pasado noventa
años, puede parecer totalmente excéntrica. Y eso que estábamos
ante el nacimiento de la época moderna.
Pese a que el
título de la edición española tiene unas ambiciones universales,
en realidad el título original, One Summer: America-1927, es
más preciso. De hecho Bryson dedica gran parte del libro a asuntos
que nos pueden parecer totalmente ajenos, como a ese deporte
indescifrable que es el béisbol. Pero como ya ha demostrado el autor
en numerosas ocasiones, es capaz de hablar de cualquier asunto, desde
la vida rural en Estados Unidos a los secretos de la física más
avanzada, y conseguir fascinar al lector.
Por una parte,
es indudable que el éxito de Bryson, uno de los autores más
disfrutables del panorama actual, se debe a su ágil y fresca
escritura, en la que siempre encuentra hueco para colar su
reconocible sentido del humor. Pero esta ligereza no implica
superficialidad, al contrario, y en 1927 queda patente una vez
más el empeño del autor por ser lo más preciso posible, en esta
ocasión sostenido además en un trabajo de documentación impecable
de un amplio conocimiento de la prensa de la época (Bryson ha debido
de leer todos los periódicos de la época en profundidad, y
recordemos que se trata precisamente de la edad de oro de la prensa
americana).
Bryson dedica
gran parte de 1927 a las hazañas aéreas de los pioneros de la
avición, como no podía ser de otro modo con especial atención a la
figura de Charles Lindbergh. En un estilo que recuerda mucho al Tom
Wolfe de Lo que hay que tener, el autor retrata tanto la parte
más humana como la heroica (sin olvidar los aspectos más patéticos)
de estos exploradores que en una proporción alarmantemente alta
dieron su vida por batir marcas que hasta entonces parecían
imposibles y que contribuyeron a crear el mundo intercomunicado que
hoy conocemos.
Pero resulta que
el verano de 1927 fue extraordinariamente prólijo en sucesos
memorables, y Bryson decide que su historia de los aviadores se vea
ampliada por cuestiones como el mítico récord de home runs
de Babe Ruth, el chapucero crimen que dio origen a El cartero
siempre llama dos veces, la carrera criminal de Al Capone, la
ejecución de Sacco y Vanzetti, el surgimiento del cine sonoro o las
peculiaridades presindenciales en los momentos previos al estadillido
del crack del 29, entre decenas de historias inverosímiles,
personajes memorables y anécdotas de todo tipo.
En esta
acumulación de situaciones y personajes es en la que Bryson
demuestra una vez más su talento para dar integridad a elementos tan
dispersos, otorgando a su narración una coherencia plena. Como si de
un relato folletinesco se tratara, el autor entrelaza historias y
juega con el suspense de tal manera, que al final de cada capítulo
no queda más remedio que seguir leyendo. Y, cuando se acerca el
final del libro, es como cuando vemos aproximarse los últimos días
de uno de esos veranos irrepetibles que nunca quisiéramos ver
concluir.
Editorial
RBA
Traducción
de Ana Mata Buil
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