En la actualidad
no es habitual valorar una obra de teatro por sus aspectos meramente
literarios. Es obvio que en una crítica debe primar el aspecto
escénico, la dirección (que, por otra parte, ha impuesto un
inmerecido primer puesto en la lista de cualidades, cuando debería
ser algo secundario, casi imperceptible), las actuaciones, incluso el
decorado o la iluminación parecen tener a menudo más relevancia que
el texto en sí. Sin embargo, cuando nos encontramos con una libreto
de la categoría de Arcadia, su relevancia eclipsa cualquier otra
consideración: lo que escribió Tom Stoppard en 1993 es una de esas
escasas obras de teatro que se pueden leer con absoluto placer y
asombro sin necesidad de verlas representadas.
El
argumento de Arcadia es de tal complejidad que su
resumen puede asustar: saltos temporales, protagonistas eruditos y
listísimos, temas como el paso de la Ilustración al Romanticismo o
la teoría del caos... Y, sin embargo, Arcadia es ante todo una
comedia gozosa, brillante sin apabullar, de apariencia ligera pese a
su profundidad casi sin parangón en el teatro contemporáneo,
perfectamente estructurada y a la vez capaz de ocultar al
lector/espectador su firme entramado. Stoppard tiene muy claro lo que
quiere contar, y aunque no se rebaja al estilo de “la historia
contada para tontos”, consigue exponer temas y situaciones tan
intrincados como los que maneja con naturalidad y gracia.
La obra se
divide en dos espacios temporales, principios del siglo XIX y finales
del XX en un mismo escenario, una típica casa de campo inglesa. En
la primera escena nos encontramos con un maestro displicente, una
alumna todavía más lista que listilla y varios personajes
aristocráticos que enredan y pululan por allí. En la parte moderna
aparecen varios investigadores literarios y los descendientes de los
nobles de la primera época, que mantienen la dejadez característica
de los suyos. De manera sutil y sorprendente, ambos momentos se irán
mezclando hasta formar una unidad que va más allá del virtuosismo
para configurar una unidad orgánica que da sentido al conjunto de la
obra.
Arcadia
da pie a multitud de interpretaciones, hasta tal punto que cada
espectador podrá elegir la parte que más le interesa. Hay
consideraciones sobre la decadencia que supuso el paso de una época
dominada por la razón a otra que se dejó llevar por las pasiones;
teorías sobre la inevitabilidad del fin del mundo; pero también
juegos amorosos y grandes amores. Hay intriga literaria y comedia de
salón. Pretensiones desorbitadas y decepciones abisales. Incluso
aparece Lord Byron. No podemos asegurar, como dijo un crítico, que
Arcadia es la mejor obra de teatro de su época, pero solo
porque no las conocemos todas.
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