viernes, 28 de agosto de 2015

Arcadia, de Tom Stoppard


En la actualidad no es habitual valorar una obra de teatro por sus aspectos meramente literarios. Es obvio que en una crítica debe primar el aspecto escénico, la dirección (que, por otra parte, ha impuesto un inmerecido primer puesto en la lista de cualidades, cuando debería ser algo secundario, casi imperceptible), las actuaciones, incluso el decorado o la iluminación parecen tener a menudo más relevancia que el texto en sí. Sin embargo, cuando nos encontramos con una libreto de la categoría de Arcadia, su relevancia eclipsa cualquier otra consideración: lo que escribió Tom Stoppard en 1993 es una de esas escasas obras de teatro que se pueden leer con absoluto placer y asombro sin necesidad de verlas representadas.

El argumento de Arcadia es de tal complejidad que su resumen puede asustar: saltos temporales, protagonistas eruditos y listísimos, temas como el paso de la Ilustración al Romanticismo o la teoría del caos... Y, sin embargo, Arcadia es ante todo una comedia gozosa, brillante sin apabullar, de apariencia ligera pese a su profundidad casi sin parangón en el teatro contemporáneo, perfectamente estructurada y a la vez capaz de ocultar al lector/espectador su firme entramado. Stoppard tiene muy claro lo que quiere contar, y aunque no se rebaja al estilo de “la historia contada para tontos”, consigue exponer temas y situaciones tan intrincados como los que maneja con naturalidad y gracia.




La obra se divide en dos espacios temporales, principios del siglo XIX y finales del XX en un mismo escenario, una típica casa de campo inglesa. En la primera escena nos encontramos con un maestro displicente, una alumna todavía más lista que listilla y varios personajes aristocráticos que enredan y pululan por allí. En la parte moderna aparecen varios investigadores literarios y los descendientes de los nobles de la primera época, que mantienen la dejadez característica de los suyos. De manera sutil y sorprendente, ambos momentos se irán mezclando hasta formar una unidad que va más allá del virtuosismo para configurar una unidad orgánica que da sentido al conjunto de la obra.

Arcadia da pie a multitud de interpretaciones, hasta tal punto que cada espectador podrá elegir la parte que más le interesa. Hay consideraciones sobre la decadencia que supuso el paso de una época dominada por la razón a otra que se dejó llevar por las pasiones; teorías sobre la inevitabilidad del fin del mundo; pero también juegos amorosos y grandes amores. Hay intriga literaria y comedia de salón. Pretensiones desorbitadas y decepciones abisales. Incluso aparece Lord Byron. No podemos asegurar, como dijo un crítico, que Arcadia es la mejor obra de teatro de su época, pero solo porque no las conocemos todas.


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