No pretendemos
que los diarios de Andrés Trapiello tengan esa virtud sanadora que
Tàpies atribuía a sus propios cuadros. De hecho, ni tan siquiera
ayudan a sobrellevar la melancolía, sino que más bien inciden en
ella. ¿Nos hacen mejores personas? Viendo lo que disfrutamos con sus
malevolencias, sería arriesgado asegurarlo. Y la adicción que crean
tampoco puede ser saludable. Y, sin embargo, hay algo en ellos
vivificante. Se produce esa corriente tan extraña entre las letras y
la realidad que, al menos por un tiempo, nos hace ver a las personas
y las cosas de manera diferente.
Por ejemplo,
mientras leíamos La manía, como pasa siempre con estos diarios,
empezamos a percibir lo que pasaba a nuestro alrededor con una mayor
profundidad, como si las arrugas de la vida que de costumbre pasan
desapercibidas por falta de atención se revelaran en toda su
complejidad. Y esto nos hace sin duda más humanos, porque así
podemos comprender mejor a quienes nos rodean. Por muy taxativas que
sean las opiniones de Trapiello, suele haber en ellas un punto de
grandeza, por lo menos un intento cervantino de generosidad y
hermandad.
Lo que no quieta
para que también haya en estos libros descripciones destructivas. A
veces, como en el caso de Vila-Matas, sus diatribas son memorables.
Pero en otras ocasiones, como en el caso del completo idiota que
ocupa buena parte del año, se acaba sintiendo algo de pena por este
pobre hombre. En esto Trapiello también sitúa su mirada a altura
humana, pues no es difícil compartir arrepentimientos y lamentos por
no poder estar por encima de minucias mundanas. En el caso del
exaltado de Pamplona se impone el estupor, aunque en este caso
discrepamos de Trapiello: su barrio no el que tiene más locos de
Madrid, ese es el nuestro.
Otro aspecto en
el que no coincidimos con Trapiello es en sus excesivos reniegos
artísticos. Lo del arte moderno y todo eso de las chorradas
vanguardistas sí, pero al leer lo que dice sobre el teatro de Chéjov
solo podemos pensar que simplemente no esta hecho para el teatro, qué
le vamos a hacer. Pero cualquier desencuentro se olvida cuando llegan
las páginas más sentidas y elegíacas, en La manía
especialmente inspiradas en lo que respecta el viaje a Venecia. Tras
quince tomos de estos diarios que son siempre iguales sabemos que
aquí, al contrario que a esa ciudad que es siempre igual, podremos
volver siempre que queramos. Y que lo haremos.
Editorial
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