Aunque pueda
parecer tópico, al leer La solitaria pasión de Judith Hearne
resulta imposible no pensar en Joyce. Y no tan solo en Ulises,
sobre todo en esa parte final en la que Judy, la protagonista del
libro, sufre su particular calvario (pues tal es el sentido de la
pasión del título) en un día terrible que la lleva a caer en la
desesperación y la locura, sino también en Polvo y ceniza,
un cuento de Dublineses con un personaje muy similar a la
señorita Hearne.
Pero esto no
significa que Brian Moore se limitara a ejecutar una copia/homenaje
del maestro. De hecho, resulta sorprendente que en una primera novela
Moore demostrara tanta personalidad y una capacidad de comprensión y
compasión tan acentuadas hacia un personaje en apariencia tan lejano
a sí mismo como este patética y desgraciada Judy, una mujer mayor,
abandonada por todos y destruida por la melancolía y el alcohol.
Quizá Judy y
Brian en realidad no fueran tan diferentes, pero lo realmente
impactante del libro es la capacidad del autor para transmitir toda
la desesperación de su protagonista sin caer en lo melodramático y
lo sentimental, pero tampoco en ese gran mal de la novela
contemporánea, la condescendencia y la burla. Judy es un personaje
patético que mueve a la ternura, que provoca una insondable
tristeza, y Moore se atreve a realizar su retrato sin esconderse en
la ironía o el paternalismo.
La solitaria
pasión de Judith Hearne fue prohibida en su momento en Irlanda,
lo que, tal y como estaban las cosas, es toda una distinción. Este
veto no es de extrañar, pues además de algunas escenas de contenido
sexual y algunas opiniones nada favorecedoras sobre el país, las
referencias a la religión no son muy complacientes: Judy se ha visto
durante toda su vida coartada por el catolicismo, oprimida por una
sociedad y unas obligaciones impuestas que han limitado su mundo y
que la conducen directamente al infierno en vida.
El paisaje
pintado por Moore es sórdido y fatal. Una Irlanda en la que nadie
querría vivir, con unos personajes miserables y maliciosos, quizá
con una sola excepción. Baqueteada por la vida y sin nadie a quien
recurrir, la única vía de escape para Judy ha sido la creencia en un
más allá redentor, la sempiterna promesa de que el sacrificio será
recompensado, y su imaginación, que la lleva a crear mundos de
fantasía que alivien su poca fortuna. También algo de alcohol
cuando esto no es suficiente.
Por eso, cuando
el mundo se le viene encima y ya no puede confiar ni en el alivio que
proporciona la Iglesia ni en el cumplimiento de sus ilusiones de
huida, Judy colapsa. La escena de su entrada en la iglesia para
intentar descubrir el misterio es de una fuerza dramática casi
paralizante. Aquí, más que en el final de la novela, es cuando
Moore da lo mejor de sí mismo y consigue envolver al lector en una
espiral de miedo y vacío del que será difícil escapar. Y si
alguien decide conformarse todo habrá acabado.
Editorial
Impedimenta
Traducción
de Amelia Pérez de Villar
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