Hay pocos casos
que se escapen a la condenación que clama que “el periódico de
ayer solo sirve para envolver pescado”. Y más difícil todavía es
que un texto periodístico pueda leerse un siglo después más allá
del mero interés histórico o de la particular. Sin
embargo, las doscientas ochenta crónicas de Julio Camba que recogcuriosidad e
estas Páginas escogidas no tienen desperdicio: poseen la frescura
del pescado recién capturado.
Y eso que
obviamente no todos los artículos tienen la misma calidad, pero en
todos ellos hay algo que los hace interesantes, un punto de
brillantez, una revelación inesperada, una gota de humor que hace
que merezca la pena volver a ellos. Será porque precisamente la
mejor habilidad de Camba era atrapar esos matices que están a la
vista de todo el mundo pero que suelen pasar desapercibidos.
Cualquier tema, por intrascendente que parezca, cualquier personaje,
por irrelevante que sea hoy, daba pie a Camba para escribir un
artículo redondo.
Parte del
secreto de la atemporalidad de estos textos está sin duda en la
sencillez de la escritura de Camba. Es un periodista que no se
adorna, que no trata de demostrar en todo momento que él es el
protagonista, aunque su personalidad esté presente en cada uno de
sus artículos. Sin llegar a los extremos del nuevo periodismo, Camba
rechaza la objetividad absoluta y se dirige a sus lectores como
amigos a los que relatar sus cuitas. Como él mismo dice, sus
artículos no deben tomarse totalmente en serio, pero tampoco
totalmente en broma.
Las crónicas
que conforman estas Páginas escogidas comprenden los años
1907 a 1914, y si en en la primera parte están dedicados a retratar
la siempre esperpéntica realidad española, según avanza el libro
Camba se convertirá en corresponsal desde Francia, Inglaterra y
Alemania de diferentes periódicos. En ningún momento olvida a quién
se dirige y siempre mantiene el punto de vista del español, lo que
no impide que su percepción de los países en los que se instala
tengan una perspicacia especial.
Ya sea en su
impagable traducción literal del francés, en sus opiniones sobre la
impersonalidad inglesa o en su agudo análisis del carácter alemán
justo en vísperas del inicio de la Primera Guerra Mundial, Camba
aporta una visión risueña pero comprensiva. Algunas de sus
opiniones han quedado desfasadas, en especial ciertos dejes racistas
y machistas, pero su espíritu anarquista se impone en lo esencial:
no demos demasiada importancia a la vida. Total, para qué vamos a
enfadarnos.
Editorial
Austral
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