Tantos días felices parece un libro escrito a la contra. Para empezar, Laurie Colwin se sitúa del lado de los personajes masculinos para retratar
su desconcierto ante las mujeres. Y no se trata tanto de la
liberación de los 70 como del contraste entre la imagen idílica que
estos hombres se han hecho de la mujer, así, en abstracto, como del
verdadero choque que supone para ellos enredarse con mujeres de carne
y hueso que son perfectas, pero tan complicadas...
Porque Guido y
Vincent son personas normales. Ricos y exitosos, pero estrictamente
convencionales en sus ambiciones y sus actitudes. Pero Holly y Misty
son otro cantar. Holly es impecable desde cualquier punto de vista,
ya sea su peinado o sus modales, pero fría e impenetrable. Misty por
su parte es independiente, iracunda e incapaz de mostrar sus sentimientos.
Efectivamente, como si fueran hombres. Los papeles se han cambiado y
nadie tiene muy claro cómo reaccionar.
Pero este nuevo
reparto de los roles personales (todavía no de los sociales) no es
la única bomba que coloca Colwin en su novela. Atacando el nuevo
convencionalismo que suponía la ruptura de las reglas, Colwin
apuesta por un desconcertante romanticismo, todavía más
revolucionario por su sencillez y sinceridad. Y por si fuera poco,
Colwin se atreve a ser optimista, toda una declaración de intenciones frente a la
literatura seria y respetable.
Lo cierto es que Colwin tuvo el valor de escribir un libro
ligero y feliz sin necesidad de pedir perdón por ello ni de evocar
grandes figuras protectoras. Sus personajes pueden ser complejos y
contradictorios sin necesidad de ser retorcidos, y su humor puede
impregnar cada página sin hacerse notar. Las cosas están cambiando,
pero no dejemos que los que no se enteran de nada lo arruinen todo.
Editorial
Libros del Asteroide
Traducción
de Marta Alcaraz
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