Según Tim Weiner, la historia de la CIA está repleta de fracasos,
equivocaciones y chapuzas. Solo hace falta echar una ojeada a los
epígrafes de cada capítulo para hacerse una idea general de la
trayectoria de la agencia de inteligencia estadounidense: “no
sabíamos lo que hacíamos”, “ilusoria ceguera”, “una
fraternidad con anteojeras”... Pese a este abultado historial de
incompetencia, la CIA ha mantenido una imagen de solidez y casi
omnipotencia en lo que quizá sea uno de sus pocos logros, pero
después de leer Legado de cenizas es imposible sostener esta imagen.
Weiner,
periodista del New York Times especialista en temas de inteligencia
(en la peculiar acepción del término referente al espionaje),
derriba ese concepto de una agencia que hacía y deshacía en el
mundo a su antojo, siempre adelantándose a los acontecimientos. Y no
lo hace desde una posición ideológica, sino simplemente ateniéndose
a los incontrovertibles hechos. La inteligencia de un país es más
importante que su ejército, pues su labor es precisamente evitar las
guerras, y la CIA, en sus más de sesenta años de historia ha
demostrado ser incapaz de prevenir ni tan siquiera lo que tenía
delante de las narices.
Por ejemplo, en
1987 Gorbachov viajó a Estados Unidos y fue aclamado por miles de
ciudadanos que veían en él el final de la Unión Soviética... algo
que desde la agencia no habían sabido detectar. Pero este es solo un
ejemplo espectacular (como aquel otro, el viaje secreto de Allen
Dulles, primer director de la agencia, por Europa, portada de todos
los periódicos) que se inscribe en una tradición que alcanza rasgos
de patetismo. Ni en Corea, ni en Vietnam, ni en el horroroso
comportamiento en Latinoamérica, ni más recientemente en los casos
más conocidos del 11-S o la invasión de Irak la CIA supo estar a la
altura.
Weiner divide el
libro en capítulos dedicados a cada presidente americano desde
Truman, y lo cierto es que el papel de los jefes de Estado tampoco
reluce mucho. Kennedy, que también conserva una incomprensible
imagen de gran gobernante, queda por los suelos en el retrato de
Weiner. Y no mucho más lucido es el papel de Reagan, Clinton o, por
supuesto, Bush hijo. Solo Carter intentó dar un nuevo papel a la
inteligencia americana primando los derechos humanos sobre otros
intereses geoestratégicos. Y ya sabemos cómo terminó.
Como es lógico
las fuentes que utiliza Weiner no son las habituales de un trabajo
historiográfico, pues los sucesos son demasiado cercanos en el
tiempo y muchos de los documentos necesarios siguen estando
clasificados, además de que a menudo se mezclan leyendas y
estrategias de engaño con medias verdades e intoxicaciones
interesadas. Pero gracias a sus contactos y a una labor de muchos
años de trabajo de campo, Weiner puede completar una visión amplia
y desde el interior de los avatares de la secretísima agencia.
Con gran
abundancia del estilo directo y habilidad para mezclar las
consideraciones personales con una visión más general, Weiner acaba
por completar un informe que no se limita a señalar todo lo malo que
arrastra la CIA, sino que también apunta las necesidades de su
regeneración. Hace mucho tiempo que la CIA ha desaparecido de las
noticias (superada en capacidad para provocar aprensión y en
meteduras de pata por la Agencia Nacional de Seguridad). Quizá esto
signifique que está haciendo un buen trabajo... o que
definitivamente se ha convertido en irrelevante.
Editorial
Debate
Traducción
de Francisco J. Ramos
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