Caracterizado
como un escritor clásico (eso en el mejor de los casos, cuando no
como un autor anquilosado y vulgar), incluso los admiradores de Pérez Galdós (que no necesitamos ni desmentir las acusaciones que caen
sobre él, su propia obra se basta a sí misma para defenderse),
tenemos que confesar que a veces su modernidad nos pilla
desprevenidos. Es el caso de El amigo Manso, novela escrita en 1882 y
que comienza con la confesión de su protagonista sobre su
inexistencia. Máximo Manso es una entelequia, un no ser que vive en
el éter y al que alguien ha dotado (momentáneamente) de una
historia que él mismo, a través de este médium, se dispone a
narrar.
Pero este
artilugio metaficcional, al contrario de lo que suele suceder con
los postomodernos conscientes de serlo, tiene un sentido. Y es que
Manso vive en el mundo de las ideas. Para él el siglo, la vida
común, el día a día, es la verdadera entelequia. Sabio filósofo
para el que todo tiene su motivo y cada aspecto de la conducta humana
responde a una razón mesurable, cuando sale de sus libros y se topa
con la realidad descubre que no ha enterado de nada, que todo lo que
ha estudiado está muy bien para la teoría, pero que no es posible
su aplicación práctica.
Como buen
positivista, Manso cree en el progreso continuo y en los valores de
la ciencia. Pero no se trata de un ingenuo, al contrario, tiene gran
capacidad para detectar las fallas humanas... al menos cuando no le
atañen directamente. Galdós, el médium, consigue que la narración
en primera persona no sea obstáculo para mantener al lector un paso
por delante de su héroe. Este es tan elevado, tan buena persona, que
no se entera de lo que está pasando delante de sus narices, y sin
embargo nosotros en todo momentos somos conscientes de la que se está
montando.
Como siempre (en
esto no nos sorprende), Galdós se muestra como un maestro en la
descripción de ambientes y en el dibujo de personajes. La novela,
situada en una Malasaña todavía reconocible pese a sus muchos
cambios y repleta de caracteres memorables (esa doña Cándida, o
Calígula, una intrigante de cuidado), se acerca hacia el final
cuidadosamente, hasta que Galdós nos desvela el secreto de tantos
corazones y dota al bueno de Manso, al fin, de verdadero
conocimiento. Y así nos encontramos con una conclusión de nuevo
juguetona e innovadora, con un Manso que ha alcanzado el cielo que se
merece.
Editorial
Akal
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