Hay gente que
tiene un punto ciego en lo que respecta a la poesía. Personas a las
que les pones unos versos delante de los ojos y pueden entender cada
palabra, pero que en realidad es como si estuvieran leyendo en un
idioma totalmente desconocido. O una partitura sin saber solfeo. Sin
embargo, hay algunos autores que les pueden ayudar a superar esta
tara, aunque sea de manera limitada: Bécquer, Antonio Machado... O
libros como Platero y yo, que aunque no pertenezcan estrictamente a
este género (no tienen esa arbitraria división en versos ni la
necesidad de rimar), son sin duda poesía.
Lo cierto es que
el libro de Juan Ramón Jiménez está repleto de esos elementos que
suelen llevar a confundir poesía con poesía. Niños,
pájaros, flores... o lo que va del entusiasmo a la cursilería. Pero
nadie mejor que Juan Ramón para establecer la diferencia. Nada de
afectación, entrega plena. Sin lugares comunes, sorpresa a cada
vuelta de página. Ni engolamiento ni pretenciosidad, naturalidad y
efervescencia. Por eso se trata de una poesía tan accesible, porque
no es artificiosa ni grandilocuente, sino cercana y amable.
Luego está lo
de siempre: que si Platero y yo es un libro para niños. No.
Al menos no exclusivamente, aunque por supuesto la obra maestra de
Juan Ramón puede servir para intentar acabar con la fobia a la
poesía en el mejor momento. Pero Platero y yo sí que es un
libro infantil en el mejor sentido, el de la pureza. Dejando aparte
los extremos (ingenuidad y cinismo), lo cierto es que al leer Platero
y yo, con la predisposición justa para dejarse llevar,
resplandece la inocencia, el descubrimiento del mundo con ojos
limpios y la casi constante sensación de plenitud y gozo.
Sin entrar en
análisis mil veces repetidos, la lectura madura de Platero y yo
provoca un festín sensorial. La manera en la que se introducen los
cambios de las estaciones, los personajes apenas esbozados pero de
una fuerza palpitante, la naturaleza atrapada en palabras y después
puesta en libertad a través de la evocación, el narrador feliz y
sensible. Y, por supuesto, Platero. Que en un país como España, tan
brutal y sanguinario en lo referente a los animales, Platero se haya
convertido en un personaje tan querido y recordado no deja de tener
mérito.
Alianza
Editorial
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