Las Leyendas de
Bécquer es uno de esos libros que se suele leer en los años
escolares y de los que se conserva tan buen recuerdo que de vez en
cuando entran ganas de regresar a él, pero siempre se interpone una
novedad que nos parece más acuciante: después de todo, Bécquer
nunca se apagará (no se puede decir lo mismo de la última obra
maestra editada). Cuando finalmente volvemos a sus páginas, la
fuerza de sus imágenes hace que, por muchos años que hayan pasado,
inmediatamente recobremos las sensaciones que tuvimos en la primera
lectura, ahora sin duda enriquecida y completada.
Porque lo más
llamativo, lo más memorable de los relatos de Bécquer, es la
creación de imágenes imborrables, hasta tal punto que aunque hiciera
tiempo que no pensáramos en ellos, enseguida regresan del lugar
apartado de la memoria en la que los habíamos enclaustrado y
resplandecen con esa verdad y esa fascinación que son lo que
convierten las leyendas en algo muy real. Ya sea en sueños, en
reflejos que impregnan otras obras, en nuestras propias fantasias,
las creaciones de Bécquer siempre han estado allí, aunque no nos
diéramos cuenta.
La verdad es que
las Leyendas no comienzan con buen pie. Cierto que El
caudillo de las manos rojas tiene una exuberancia apabullante,
pero su exotismo suena impostado. Por suerte, pronto entramos en
terreno plenamente romántico, sí, pero en el que por arte de magia
los tópicos se transforman en sinceras muestras de espíritu. Las
historias medievales, los elementos sobrenaturales y la pasión
artística se entremezclan para crear un mundo propio de ficción
pura pero a la que cualquier lector con un poco de sensibilidad
entrega su alma.
La armadura que
se sostiene sin nadie en su interior, el órgano decrépito que suena
sin que nadie lo toque, la reunión de monjes a medianoche para
cantar el miserere, las estatuas que cobran vida, la joven convertida
en corza blanca... Es obvio que Bécquer tiene el don de la
musicalidad, que sus cuentos más que leerse se degustan gracias a su
explosión sensorial, que tiene esa gracia única para describir de
la manera más preciosista y que a la vez todo parezca fluido. Pero
lo que realmente permanece son sus ambientes, sus cuadros de una
viveza a menudo aterradora, su capacidad taumatúrgica para convertir
la palabra en vida.
Editorial
Cátedra
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