Para que en una
época y un lugar famosos por su crueldad y barbarismo la figura de
Iván IV, zar de todas las Rusias, destacará por su brutalidad, sin
duda su monstruosidad tuvo que superar toda ignominia imaginable.
De hecho, sus crímenes de guerra fueron equiparables a los de
cualquier otro rey contemporáneo, pero fue su inaudita violencia
hacia sus propias súbditos (llenó, literalmente, ríos de
cadáveres, y llegó a matar a su propio hijo en un acceso de ira) lo
que le hizo plenamente merecedor del título de Iván el Terrible.
En la biografía
que nos ocupa, Isabel de Madariaga no pretendió realizar un estudio
sobre la Rusia de la época, sino que se centró en esta figura
dominante que, en cualquier caso, quiso encarnar tanto el espíritu
como el destino de su todavía incipiente nación. De la misma
manera, Madariaga no realiza un trabajo de interpretación moral
(después de todo, es historiadora, no psicóloga, circunstancia que
muchos de sus colegas parecen obviar), y solo en la parte final y de
manera lateral se permite alguna elucubración personal.
Madariaga
también se muestra sabia y prudente (precisamente dos adjetivos
totalmente opuestos al carácter de Iván IV) a la hora de
distanciarse de corrientes historiográficas ideologizadas,
especialmente de los marxistas que dominaron los estudios eslavos
durante gran parte del pasado siglo. Evitando anacronismos y usar a
Iván como vehículo de sus propias convicciones, Madariaga consigue
dibujar un retrato fiel y complejo de un personaje de apariencia
inabarcable. En esta tarea, Madariaga tendrá que superar varios
escollo.
Para empezar, la
autora dispone de pocas fuentes originales, y estas (como las
reconstrucciones posteriores) son a menudo contradictorias. Para
apoyar su estudio, Madariaga recurre tanto a historiadores rusos
(desde el siglo XVII hasta la actualidad) como a obras de autores extranjeros, que por diversos motivos completan una panorámica que
de otra manera se habría visto demasiado limitada.
Pero se da la
circunstancia de que tanto las fuentes como los estudios posteriores
sobre Iván el Terrible son a menudo contradictorios. Por ejemplo, ni
tan siquiera se sabe a ciencia cierta si Iván era analfabeto (aunque
muy probablemente no lo era), o si murió de muerte natural o
asesinado. Esta distorsión (que comenzó inmediatamente después
dela muerte del zar) ha convertido la investigación histórica en un
campo de minas lleno de peligros y pistas falsas.
Por otra parte,
Madariaga se enfrenta a la dificultad de trasladar a un idioma (y una
sociedad) modernos conceptos de difícil traducción. Además de que
conceptos como “absolutismo” no tenían el mismo significado en
el siglo XVI que en la actualidad, el ruso de la época estaba poco
desarrollado en cuanto a términos abstractos, por lo que la
estudiosa tiene que servirse de historia comparada, filología y
contraste de fuentes (además de cierta dosis de especulación) para
poder llegar a alguna conclusión.
Un tercer
escollo es la incomprensible actitud de Iván. Por ejemplo, la
creación de la Oprichina, una suerte de estado dentro del estado, no
tuvo precedentes históricos ni reflejos posteriores, por lo que no
se sabe muy bien cómo interpretar su creación, función o sentido.
Se puede calificar a Iván como demente, un psicópata con poderes
absolutos, incluso como la encarnación del mal, pero lo cierto es
que sus acciones tuvieron consecuencias reales sobre millones de
personas. Y hoy en día, incluso comparándolo con émulos como
Stalin, siegue siendo difícil comprender cómo pudo actuar con la
violencia y la impunidad con la que lo hizo durante tanto tiempo.
Isabel de
Madariaga escribió Iván el Terrible con más de 80 años, en plenas
facultades intelectuales. Su escritura es llana, siempre preocupada
por tratar de hacer comprensibles los intrincados matices de la
política y la sociedad de la época (qué gran historiadora
perdieron las letras españolas). Madariaga mantiene el equilibrio
entre la profesionalidad más irreprochable y la pasión de quien se
siente fascinada por la historia que tiene entre manos. Ivan el
Terrible, el libro, sí que es un modelo a seguir.
Editorial
Yale University Press
Edición en
castellano en Alianza Editorial
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