jueves, 21 de noviembre de 2013

Diario 1887-1910, de Jules Renard


¿Qué puede tener de interesante el diario de un escritor casi olvidado de hace cien años? Un escritor que no tuvo aventuras apasionantes, ni conoció a otros personajes relevantes más que a un puñado de autores más o menos igual de olvidados que él. Un literato a menudo antipático, desabrido, que convierte su malhumor en ingenio.

Y sin embargo, el Diario de Jules Renard no tiene desperdicio. Con una buena selección y una traducción espléndida de Josep Massot e Ignacio Vidal-Folch, la lectura de estas entradas en apariencia banales y pedestres se convierten en un gozo y una sorpresa continuas. Porque la brillantez gruñona de Renard es solo la máscara artística de una persona decidida a escribir lo que siente, por muy duro que parezca, a veces incluso inhumano en lo referente a su familia. Pero esta inhumanidad es también la muestra de que estamos ante un ser humano real y no ante un escritor que pretende quedar bien con la eternidad.

Con justicia, lo más recordado de Renard son sus aforismos. Siempre atinados, no pocas veces deslumbrantes, en ocasiones casi surrealistas. La primera vez que se leen producen sorpresa, pero es en la relectura cuando se descubre su profundidad, su capacidad para desvelar verdades ocultas. Renard fue un escritor con sus miserias, que conocía mejor que nadie; con sus limitaciones, que lamentaba también con ironía; y con un ojo para la frase redonda que es más que suficiente para que haya pasado a esa posteridad por la que tanto se preocupaba... para olvidarse al pasar de página.


Editorial Debolsillo
Traducción de Ignacio Vidal-Folch

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