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Dimitri Soyenko iba a París más veces de las
estrictamente necesarias para desarrollar su trabajo con eficiencia.
Sus colegas ya le habían advertido de que era demasiado peligroso
dejarse ver tan a menudo por la capital francesa, que seguramente los
servicios de inteligencia ya le tenían fichado y era arriesgado
dejarse atrapar justo en el momento en el que la operación de venta
de armas estaba a punto de concretarse. Pero Dimitri era la mano
derecha de Yurov y éste le dejaba tomarse unas libertades que el
resto del equipo ni podía soñar.
La razón de los múltiples viajes de Dimitri a
París era Sonia. Se habían conocido cuando ella todavía era una
estudiante de la compañía de danza del Kirov y desde entonces, pese
a que nunca habían vivido juntos en la misma casa durante más que
unos pocos días seguidos, habían mantenido una relación estable.
Dimitri era un apasionado de la danza al que su
trabajo como traficante de armas no le provocaba ningún escrúpulo
moral. Para él era un oficio más, no se hacía preguntas ni se
detenía ante cuestionamientos humanitarios. Cuando trabajaba era uno
de los mejores en su oficio, y en su tiempo libre lograba desconectar
por completo.
Sonia no tenía tanta facilidad para obviar las
complicaciones éticas. Por eso prefería no hacer muchas preguntas.
Sabía que Dimitri no se dedicaba al comercio de obras de arte, como
le había dicho, pero nunca había querido entrar en profundidades.
Para ella toda la vida se concentraba en el ballet y en su complicada
relación con Dimitri. Por eso cuando le ofrecieron un trabajo en la
Ópera de París no dudó ni un instante en aceptarlo. Podría
dedicarse a lo que más le gustaba en el mundo y a la vez tomar
cierta distancia de un Dimitri, que cada vez le parecía más
peligroso. No quería confesárselo ni a sí misma, pero en el fondo
pensaba que quizá la distancia acabaría con una relación a la que
no imaginaba un esplendoroso futuro.
Sin embargo, ahora que trabajaba en París veía a
Dimitri casi más tiempo que cuando ambos vivían en San Petersburgo.
Dimitri siempre estaba viajando por el mundo, tan pronto se
encontraba en Hong Kong cerrando un negocio con un acaudalado
coleccionista asiático como llamaba desde Las Vegas, donde se
encontraba preparando una gran exposición. Ahora, cada vez que
volvía de alguno de estos viajes, se pasaba por París y estaba
junto a ella dos o tres días.
Sonia siempre pensaba que la próxima vez que se
vieran le diría que no podía continuar así, que necesitaba
seguridad en su vida, que los vaivenes personales afectaban a sus
prestaciones profesionales, motivo por el cual se había quedado
estancada sin poder alcanzar sus sueños infantiles de convertirse en
una bailarina reconocida internacionalmente. Pero después de pasar
dos días juntos se veía incapaz de decirle que debían separarse de
una vez por todas. En el fondo pensaba que Dimitri la necesitaba a
ella más que al contrario, y no se veía con la fuerza suficiente
como para romperle el corazón.
Aunque a ella nunca la había maltratado, Sonia era
consciente del carácter irascible de Dimitri. Le había oído hablar
por teléfono dando tales gritos que parecía innecesario usar el
móvil como intermediario, y siempre que le proponía salir a cenar o
simplemente a dar una vuelta por París, ella no podía ocultar su
apuro. Sus broncas con los camareros o con los taxistas franceses,
que no eran famosos precisamente por amilanarse, siempre acababan con
ella al borde de las lágrimas.
Pocas semanas antes, Dimitri la había llamado muy
emocionado para comunicarle que iban a poder pasar cinco días
enteros juntos. Tenía un negocio en París y ya había acomodado su
agenda para que ambos pasaran el mayor tiempo posible sin separarse.
Ella acogió la noticia con una alegría exterior y un gran pesar por
dentro.
Hacía tiempo que Pierre, un bailarín de la
compañía de danza, le había mostrado abiertamente su interés.
Ella al principio le había rechazado casi sin prestarle atención,
pero poco a poco se había dado cuenta de que cada vez lo pasaba peor
cuando estaba junto a Dimitri y que Pierre seguramente tendría mucho
más que ofrecerle. Diane, su gran amiga de la compañía, lo tenía
clarísimo. Debía dejar de una vez por todas a ese monstruo ruso (se
habían visto sólo una vez, pero la antipatía mutua había sido
instantánea) y probar a salir con un buen muchacho francés. La
llegada de Dimitri para pasar juntos más tiempo seguido que en los
últimos dos años quizá sería una buena oportunidad para dar el
paso adelante.
9
Al segundo día de su estancia en París, cuando
Sonia todavía no se había decidido a romper con él, Dimitri le
dijo que tenía que hacer algo importante y que pasaría toda la
mañana ausente. Pero lo compensaría esa tarde haciendo todo lo que
ella le pidiera. Incluso tenía un regalito preparado. No, no debía
de ser ansiosa, ya lo vería a su debido tiempo.
Sonia se quedó en su apartamento sin saber que
hacer. Ya habían planeado pasar esa mañana yendo a visitar algunos
anticuarios del fabourg Saint-Honoré, y ahora se encontraba sin plan
y llena de dudas sobre lo que debería hacer. Fue a conectarse a
internet para comprobar su correo electrónico, ya que esperaba tener
algún mensaje de Diane, que no cejaba en su campaña para que diera
la patada de una vez al ruso, pero una vez más se encontró con que
su maltrecho portátil había vuelto a las andadas y ni tan siquiera
se dignaba a arrancar. Otra tarea que no podía prolongar más,
comprarse un nuevo portátil, quizá una tableta.
Pese a que Dimitri nunca dejaba detrás de sí su
portátil, e incluso cuando iban al teatro lo llevaba dentro de un
maletín con seguro, aquel día se lo había olvidado en el
apartamento, seguramente por las prisas de última hora que le habían
llevado a cambiar de planes tan repentinamante y a salir corriendo
sin dar mayores explicaciones.
Sonia no lo dudó y esperó tener más suerte con
el cacharro de Dimitri que con su vieja reliquia. Por supuesto,
primero tendría que adivinar la contraseña. Sabía que Dimitri no
tenía mucha imaginación, así que probó con SONIA. Y funcionó. El
portátil era bastante antiguo y Sonia no era ninguna experta en
informática, pero aún así le sorprendió la configuración del
ordenador. No reconocía los iconos y ni tan siquiera era capaz de
averiguar cómo conectarse a internet. Trasteando por los archivos,
dio con uno que le pareció especialmente extraño. El nombre, en
ruso, era Giselle, el ballet que ella estaba representando la
primera vez que vio a Dimitri. Al intentar abrirlo comprobó que
tenía que escribir una nueva contraseña. Haciendo memoria pudo
recordar la fecha en la que Dimitri habían ido a ver Giselle.
No se sorprendió al comprobar la previsibilidad de su novio: volvió
a acertar a la primera.
Al principio no pudo comprender lo que estaba
leyendo. Era una amalgama de nombres y cifras sin sentido. Pero al
poco tiempo pudo reconocer algunos de los nombres que más se
repartían. Unos meses atrás había visto con horror un documental
de la cadena Arte sobre el tráfico internacional de armas. En él se
decía que algunos de los mayores traficantes del mundo eran rusos y
que su negocio se extendía por todo el mundo. Su conexión fue
inmediata, pero con la misma rapidez descartó sus conclusiones.
¿Dimitri traficante de armas? Se rió con nerviosismo. Todo encajaba
de una manera tan sencilla... pero no, era imposible.
Después de tres años, Sonia volvió a encender un
cigarrillo. Era de esa apestosa marca que fumaba Dimitri y que ella
le había prohibido consumir en su presencia. Pero tras apagar el
primero a la segunda chupada, encendió otro. Su cabeza no dejaba de
dar vueltas y creyó que la mezcla de información y del fuerte
tabaco iba a hacer que se desmayara.
No sabía con quién hablar, ni tan siquiera si
debería hacerlo. Sólo confiaba en Diane. Además, recordó que su
padre era policía. Pero seguro que la tomaban por loca. Y si Dimitri
llegaba a enterarse. Un momento. Su deber era avisar. Podía ser algo
grave y su responsabilidad estaba por encima de sus afectos. Además,
si todo resultaba una falsa alarma y Dimitri llegaba a conocer su
traición, ése sería el fin de su relación.
Salió del apartamento y llamó a Diane desde una
cabina. Tenían que verse de inmediato.
10
-¿Y cómo llegasteis a enterraros de todos los
detalles de la operación? -preguntó Helen apenas hubo terminado
Ronet de contar la historia-. No creo que Dimitri volviera a dejarse
el portátil olvidado.
-No, no hizo falta -contestó el francés con
suficiencia-. Una vez el padre de Diane se puso en contacto con
nosotros, todo fue rapidísimo. Hacía tiempo que seguíamos la pista
de Dimitri Soyenko y sabíamos que estaba preparando algo importante.
Alertamos a todos nuestros contactos y en poco tiempo pudimos recrear
todo el plan. Teníamos las piezas dispersas, y después de obtener
la clave de Dimitri ya nos fue fácil hacerlas encajar. Aquí tienen
toda la información.
Ronet soltó sobre la mesa una abultada carpeta y
volvió a dejar a Helen y Tom solos tras advertirles de que en una
hora tendrían que marcharse de allí para comenzar los preparativos
de la operación.
-Parece que en lugar de aliados somos enemigos
-dijo Helen a Tom tratando de desahogarse-. Nos dan la información
con cuentagotas y seguro que nos ocultan la mayor parte.
-Quizá sea sólo eso, pero hay algo en todo el
asunto que no me encaja -comentó Tom escamado-. ¿No te parece que
es todo demasiado... matemático? Esa historia de que se deje un
portátil olvidado con una información tan... “sensible” a la
vista. Y que su novia decida ir a la policía sin el menor temor. Y
que todo se resuelva de una manera tan limpia...
-¿Sospechas que todo pueda ser una trampa?
-Algo por el estilo se me ha pasado por la
imaginación. Pero no logro adivinar con qué fin. ¿Para qué liar a
los servicios de seguridad de Francia con todo este embrollo?
-La verdad es que no tengo ni idea. Y esta maldita
gentuza no hace más que ponernos palos en las ruedas. Toma, empieza
a leer esta parte y luego sacaremos las conclusiones más
importantes. A lo mejor se les ha olvidado tachar algo y podemos
descubrir datos interesantes.
Pero cuando la hora que les había sido asignada
pasó y se volvieron a llevar los archivos, ninguno de los dos había
descubierto nada relevante. La operación iba a comenzar de manera
inminente y ambos sentían que tendrían que actuar dando palos de
ciego.
11
Sin que les dieran la más mínima indicación,
Clarke y Winder fueron conducidos a lo que parecía ser una nave
industrial en las afueras de París. Era allí donde se estaba
organizando la logística de la operación, y por las instalaciones
pululaban numerosos agentes franceses, pero faltaba la tensión que
una misión de esta categoría debería llevar implícita.
A Helen y Tom les pareció que todos los allí
reunidos se lo tomaban como un trabajo rutinario, como si fuera un
análisis teórico más. A lo mejor la experiencia de la DGSE era
mayor de lo que habían pensado y su profesionalidad estaba tan
afilada que no se ponían nerviosos ni ante la posibilidad del inicio
de una nueva guerra mundial.
Tras hacerles esperar un buen rato, Ronet volvió a
aparecer. Sin disimular su hastío, empezó a explicarles lo que
tendrían que hacer.
-Como saben, la reunión tendrá lugar dentro
dieciocho horas. Tenemos vigilado a Soyenko desde hace dos días,
pero todavía no hemos podido localizar al intermediario de los
árabes. Ni tan siquiera sabemos si ya está en el país o cuál
puede ser su procedencia. En cuanto a las armas, por lo que hemos
podido averiguar todavía se encuentran en el Reino Unido,
almacenadas en un barco que partirá en las próximas cuarenta y ocho
horas. Por supuesto, sus colegas ya saben todo lo que hemos podido
recopilar sobre este asunto y han iniciado una búsqueda discreta.
Ronet se quedó callado como si ya no tuviera nada
más que decir. Le tocó a Helen hacer el papel de sacamuelas.
-¿Y qué tienen pensado para esta noche?
-Lo más fácil sería atrapar a los dos pájaros
en cuanto se pusieran a tiro. Pero no podemos estar seguros de que
todo este asunto no sea un señuelo para llamar nuestra atención y
luego dejarnos como estúpidos.
-Sí, ya habíamos pensado algo parecido -dijo Tom
sin que Ronet le prestara más atención de la que solía dedicarle
Millot.
-Tampoco podemos seguirles durante demasiado
tiempo. Se trata de gente experimentada y en cuanto tuvieran la menor
sospecha, se largarían sin mirar atrás.
-Entonces, ¿por qué reunirse en un lugar como el
Café de la Ópera? -preguntó Helen.
-Sonia tiene una actuación esta noche y Dimitri
aprovechará para verla y hacer negocios a la vez. La reunión tendrá
lugar justo antes del inicio del ballet.
-No sé, parece absurdo, amateur -dijo Tom
sin resignarse a ser ignorado.
-En conclusión -continuó Ronet como si nada-,
hemos puesto bichos por todo el Café para no perdernos ni una
palabra de su conversación. También nos las arreglaremos para
intervenir sus móviles y portátiles. Estaremos atentos a sus
comunicaciones, y esta misma noche, pase lo que pase, les
atraparemos. Todo muy sencillo.
-Precisamente por eso no me gusta -concluyó Tom.
Ronet se levantó dando la reunión por terminada,
pero Helen seguía insatisfecha:
-Sólo una cosa más. ¿Qué piensan los americanos
de todo esto?
Ronet miró a su interlocutora con incredulidad.
-¿Los americanos? ¿Qué tienen que ver los
yanquis con todo esto?
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