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Como
la mayoría de los agentes de la Sección Especial, Tom había sido
reclutado en Oxbridge. Cada año los mejores estudiantes
universitarios eran objeto de un informe extraoficial que valoraba su
capacidad para trabajar en los servicios secretos, pero sólo algunos
eran seleccionados, y pocos de entre ellos llegaban a formar parte
del equipo.
El
caso de Tom no tuvo nada de extraordinario. Con un brillante
expediente en su licenciatura de Historia Contemporánea, unas
grandes capacidades físicas que le habían hecho destacar en el
equipo universitario de atletismo y un pasado impoluto en el que ni
tan siquiera figuraba una multa de tráfico, un día fue llamado al
despacho del profesor Pole, quien como al resto de la comunidad
estudiantil, no le era nada simpático.
En
sólo un par de meses, comenzarían los entrenamientos. Después
tendría que decidir si quería ingresar oficialmente en los
servicios de inteligencia. Y ya no habría marcha atrás. Aunque en
algún momento, y por causas muy justificadas decidiera abandonarlos,
siempre permanecería como un “agente durmiente”, con la
obligación de responder a la llamada de la patria si sus servicios
eran requeridos.
Tras
una conversación de una hora y un fin de semana para reflexionar sin
poder hablar a nadie del asunto, decidió aceptar el ofrecimiento.
Al
llegar al campo de entrenamiento, situado cerca de Norfolk, Tom se
topó con la primera de las muchas sorpresas que le esperaban: John
Harker, su mejor amigo en la universidad, estaba entre los reclutas.
Precisamente durante su fin de semana de reflexión había pensado
más de una vez en si debería contar a su colega el ofrecimiento que
le habían hecho y las dudas que tenía al respecto. Pero era
consciente de que comentar el asunto con cualquier persona,
incluso si se tratara de alguien como John, del que estaba seguro que
nunca le delataría, hubiera supuesto el fin de su carrera antes de
que ésta ni tan siquiera hubiera comenzado.
Harker
no se mostró tan sorprendido como Tom al verlo en el campamento de
entrenamiento. Cuando tuvieron un momento para hablar sin que nadie
les importunara, le dijo que estaba seguro de que se encontrarían
allí. Después de todo, sabía que su amigo era un objetivo
preferente para los servicios de inteligencia y que cuando el deber
le llamara sabría actuar como él mismo, es decir, poniéndose a su
disposición.
A
Tom le pareció un razonamiento evidente y no supo explicarse por qué
el no había pensado lo mismo. Pero tampoco tuvo mucho tiempo para
reflexionar al respecto. Los ejercicios físicos, psicológicos e
intelectuales les iban a proporcionar pocos respiros. Además, cuando
no estaban haciendo ninguna actividad programada, se encontraban tan
exhaustos que no eran capaces ni de pensar. Se estaban convirtiendo
en máquinas al servicio de la Corona.
Tras
los primeros días de dura adaptación, cuando casi la mitad de los
seleccionados ya habían decidido que eso no era lo suyo, las
obligaciones se relajaron y los instructores incluso fomentaron un
mayor conocimiento entre los reclutas. Tom y John, a quienes
se reconocía unánimemente como los dos aspirantes más brillantes
de la promoción, pasaban la mayoría del tiempo juntos. Pese a que
el espíritu competitivo predominaba en ambos, eran tan buenos
ganadores como perdedores, y ninguno de sus múltiples
enfrentamientos se saldaba con una disputa ni una mala cara: los dos
estaban dispuestos a reconocer la superioridad de su rival.
Algunas
veces, después de dar por concluida la sesión de entrenamiento,
incluso tenían algo de tiempo para hablar de cuestiones personales.
Tom todavía seguía mostrando algunas dudas sobre el embrollo en el
que se había metido. Aunque como cualquier niño inglés alguna vez
había fantaseado con convertirse en espía, le parecía irreal que
finalmente fuera a dar el paso que convirtiera esas ilusiones
infantiles en una realidad difícil de asimilar. John, por el
contrario, le confesó que desde que había entrado en la
universidad, y aún antes, tenía claro que su futuro estaba en los
servicios secretos. Su plan había sido ingresar en el cuerpo
diplomático para desde allí consolidar su carrera, pero cuando Pole
le había explicado los planes que habían preparado para él, vio el
cielo abierto.
Al
pasar los dos meses de entrenamiento, sólo cinco de los reclutas
habían superado las pruebas que se consideraban necesarias para
pasar a la siguiente fase de instrucción. Durante un tiempo los
caminos de Tom y John se separaron, pues cada uno iba a
especializarse en un campo diferente. La comunicación entre ambos se
hizo muy complicada, pero aún así, cada vez que podían se reunían
y compartían las últimas vivencias que habían experimentado. Tom
ya había dejado atrás sus dudas, pero John iba aún más lejos y
sorprendió a su amigo cuando le detalló todos los planes que había
ideado para llegar algún día a la cima del cuerpo de espionaje
británico.
Si
Tom pasó seis meses de languidez en París, John logró tras muchas
presiones y promesas ser enviado a Teherán, un destino sin duda
mucho más comprometido y que nunca antes se había elegido como base
para un agente novato. Sin embargo sus calificaciones fueron
excelentes y sus superiores no pudieron dar mejores referencias sobre
su actividad.
A
partir de entonces, los caminos de ambos amigos se bifurcaron de
manera definitiva. Tom volvió a Londres mientras que John, tras un
breve periodo de especialización, volvió a un lugar indeterminado
de Oriente Próximo. Pasó mucho tiempo sin que Tom supiera nada de
él. Hasta que un día cualquiera, Khun le comunicó que había
muerto.
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-Pero
eso es imposible, John murió hace dos años en Irán -dijo Tom sin
poder asimilar todavía el nuevo golpe que acababa de recibir.
-Ah,
¿entonces a ti también te contaron ese cuento? -dijo Ronet sin
intentar disimular el regocijo que le proporcionaba la ignorancia del
espía inglés-. Oficialmente ningún servicio de inteligencia va a
reconocer una traición en sus filas, por eso le dieron por muerto.
Pero suponía que alguien tan importante como tú estaría al tanto
de la verdad.
Tom
miró con odio a su interlocutor y apretó los puños para intentar
controlar su ira. Nunca se había sentido tan desconcertado en el
desarrollo de una misión, y ahora se encontraba no sólo totalmente
desorientado, sino furioso.
-Quiero
hablar con Khun inmediatamente -dijo con firmeza e intentando
trasmitir serenidad-. Esto exige una explicación.
Ronet
se encogió de hombros y señaló con la mirada el móvil de Tom.
-Khun
-dijo tras marcar el número seguro que le ponía directamente en
contacto con la Sección Especial-, no te puedes imaginar la locura
en la que estamos metidos.
-Sí,
ya lo sé todo -contestó Khun sin dejar reflejar la menor intención.
-¿Sabes
que han asesinado a Rashid?
-Sí,
y también que tú te libraste por los pelos.
-Bueno,
pero lo más inverosímil de todo es que los franceses me acaban de
decir que el intermediario del FLI es nada menos que John Harker.
-Somo
conscientes de ello.
La
respuesta de Khun fue sencilla, pero para Tom fue como una ecuación
indescifrable.
-¿Me
estás diciendo que es verdad?, ¿que Harker no sólo está vivo,
sino que es un traidor?
-Escucha,
Tom, ahora no es el mejor momento para explicar todas estas cosas. Lo
único que tienes que saber es que lo que te han dicho los franceses
es verdad. Sé que todo esto es muy duro para ti, por eso hemos
pensado que lo mejor es que abandones la misión de inmediato y
vuelvas a Londres. Walter ya está de camino para reemplazarte.
La
reacción de Tom a estas palabras fue mucho más rápida.
-Ni
hablar del asunto. Ni se te ocurra pensar que voy a dejar la misión
justo ahora. Quiero llegar al fondo de la cuestión. No puedo creerme
que John trabaje para los terroristas. De entre toda la gente que he
conocido en la Casa, John sería el último en el que pensaría como
posible traidor.
-Precisamente
ese tipo de gente es la más cualificada para la traición, ¿no te
parece? Mira, tenemos pruebas irrefutables de que Harker se cambió
de bando. Cuando estés aquí podré darte todos los detalles.
-¿Y
qué mejor prueba que el propio John? Si le atrapamos y lo que decís
es cierto, yo mismo me ocuparé de que se arrepienta.
-Acabas
de confirmarme que no eres la persona idónea para ocuparte de la
misión. Nadie te reprochará nada, sólo espera a que llegue Walter
y cuando le hayas informado de la situación, regresas de inmediato.
Tom
se tomó unos momentos para reflexionar el alcance de sus palabras
antes de volver a hablar.
-Lo
siento mucho, Khun, pero eso no va a poder ser.
-Winder,
no me gusta hablar así en ningún sentido, pero te estoy dando una
orden, no tienes más opciones.
-¿Khun?
¿Khun? ¿Qué está pasando? No he podido oír tus últimas
palabras. Creo que tenemos un problema de cobertura.
-¡Tom!
Ni se te ocurra hacer esto. Te lo advierto...
-Vaya
-dijo Tom a Helen tras colgar el teléfono y apagarlo
disimuladamente-. Parece que se ha cortado la línea.
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-Me
lo temía, se ha enrocado y no tiene la menor intención de volver.
-Pero
eso no puede ser. Los americanos ya nos han dicho que la situación
es delicada y un agente que actúe por su cuenta puede arruinar todo
el plan. Tendremos que hablar con los franceses para que le aparten.
-¿Y
quedar también en ridículo delante de ellos? ¿Qué iban a pensar
si les decimos que no somos capaces de controlar ni a nuestra propia
gente?
-Francamente,
lo que piensen los franceses me da igual. El problema son los
americanos.
-Si
nos hubieran contado todo a su debido tiempo, no hubiéramos tenido
este problema, así que ahora que apechuguen con su responsabilidad.
-Claro,
y seguro que se toman con un pequeño contratiempo el tener un agente
británico actuando por libre y dispuesto a tomarse la venganza por
su mano.
-Tampoco
me preocuparía demasiado. Tom es el nuestro mejor agente y estoy
seguro de que en todo momento actuará de la manera más conveniente.
-¿Y
también estás seguro de que la manera más conveniente será la que
los yanquis consideren más apropiada?
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-El
tal Winder no va a obedecer las órdenes de Londres. Seguirá
participando en la misión.
-¿Pero
qué tipo de Agencia es esa? Durante todos nuestros años de
“colaboración” los ingleses me han decepcionado una y otra vez,
pero en esta ocasión todo es mucho más grave.
-Ya
sabes mi opinión sobre compartir información con ellos. Los
europeos no son serios. Los británicos son un poco más de fiar que
los franceses, pero aún así no les dejaría solos ni para sacar a
pasear a mi perro. Mira lo que ha pasado con las filtraciones a la
prensa.
-Al
final siempre somos nosotros los que tenemos que ocuparnos de que la
situación no les explote en las narices. Pero eso tendrá sus
consecuencias: si ellos no se ocupan de neutralizar a su agente,
vamos a tener que ocuparnos nosotros.
-Quiero
estar seguro de que estás diciendo lo que estás diciendo.
-Por
supuesto será sólo nuestro último recurso. Pero si es necesario,
que así sea.
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-Está
bien -dijo Ronet tras volver de hacer unas supuestas consultas-. Éste
es el plan Jinete Nocturno.
-¡Por
fin! -dijo Tom sin poder contenerse.
-Obviamente
Winder no podrá estar en el Café -Ronet seguía con la costumbre de
dirigirse exclusivamente a Helen, como si Tom no estuviera sentado a
unos pasos de él-. Harker le reconocería de inmediato y todo se
iría al garete. Por eso mismo no es conveniente que se deje ver, así
que no permitiremos que vuelva a salir del hotel más que para ir al
centro de operaciones.
Tom
apretó con tal fuerza sus uñas en las palmas de sus manos que casi
se hizo sangre.
-Es
decir, que volvemos al punto de partida.
-A
lo mejor el agente Winder -Ronet persistía en hacer caso omiso de
Tom- preferiría ponerse una peluca, un bigote y gafas para intentar
pasar desapercibido.
-El
agente Winder tiene una mejor idea -dijo Tom siguiendo el juego-. El
agente Winder no sólo pasó seis meses aprendiendo de los excelentes
servicios de inteligencia franceses -por su tono, más que intentar
dorar la píldora a Ronet, lo que dejaba claro era una sorna
indiscreta-, sino que conoce perfectamente a Harker. Sería el agente
más idóneo para llevar a cabo una discreta vigilancia de sus
movimientos.
-¡Jaja!
Ésta sí que es buena -esta vez Ronet sí que miró directamente a
Tom-. No sé cómo actuará la Sección Especial británica... Bueno,
en realidad sí lo sé. Pero en cualquier caso, aquí ni se nos
ocurriría no ya llevar a la práctica, sino ni tan siquiera pensar
en una alternativa tan disparatada. Será mejor que se calme y que se
quede aquí junto a la agente Clarke a la espera de los
acontecimientos.
Helen,
que tras los últimos incidentes había decidido que era más
prudente quedarse en un segundo plano, abrió la boca por primera vez
después de mucho tiempo.
-Coincido
con el agente Ronet, sería totalmente inoportuno que te implicaras
en la operación.
-Pero...
-intentó quejarse Tom.
-Déjame
terminar -dijo Helen sin permitírselo-. También pienso que nuestra
participación en la misión no debe en ningún caso limitarse en
quedarnos aquí sentados esperando a verlas venir. Ya no sólo se
trata de que las armas estén en nuestro país poniendo en peligro la
seguridad nacional, o el hecho de que la venta de armas podría tener
unas consecuencias trascendentales para nuestra posición en el
mundo, sino que también está involucrado uno de nuestros antiguos
agentes, por lo que me parece prioritario que nuestra involucración
en el Jinete Nocturno sea directa.
Ronet
hizo un gesto de impaciencia, pero al ver que Helen no había
terminado, prefirió no decir nada todavía.
-Yo
nunca llegué a conocer a John Harker, así que, ahora mismo, la
opción que me parece más plausible es que sea yo misma quien se
ocupe de su vigilancia.
-¡Pero
están todos locos!- dijo Ronet poniéndose de pie-. Creía que se
trataba de un caso aislado y que sólo Winder actuaba por libre sin
atenerse a ninguna responsabilidad, pero ya veo que es una cosa
compartida.
-Seamos
sinceros -dijo Helen con toda firmeza-. Sabemos que usted aquí no
pinta nada. Hasta el momento, cada vez que ha tenido que tomarse una
decisión, ha hablado antes con ¿Millot? para que le dijera cómo
actuar. Así que, por favor, no pierda el tiempo que no tenemos y
vaya a hacer las consultas pertinentes.
En
esta ocasión fue Ronet el que no pudo ocultar su furia. Ya que no le
quedaba otro medio de expresión, al salir de la habitación cerró
la puerta con tal violencia que hizo temblar todos los muebles del
interior. Cuando esa misma puerta se volvió a abrir, no fue Ronet
quien apareció.
-¿Agente
Clarke? Por favor, acompáñeme. Tenemos que ponerle al tanto del
plan de vigilancia.
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