El proceso es conocido: un
autor goza de gran popularidad, después pasa por un periodo en el
purgatorio cuando nadie se acuerda de él, y finalmente es
redescubierto y puesto en valor. Lo inhabitual en el caso de Stephen King es que ha pasado por estas tres fases en vida. Si hace unos
pocos años parecía ya un escritor del pasado, con sus últimas
publicaciones ha logrado unas alabanzas críticas que normalmente se
reservan para autores ya fallecidos.
Pero King ya había
demostrado antes ser un novelista de cualidades extraordinarias. Eljuego de Gerald, publicado a principios de los años 90, es un tour
de force en el que parece que el escritor se ha puesto a prueba a sí
mismo con un reto en apariencia insuperable, pero que King supo
solventar con maestría. Un libro de 400 páginas en el que la
protagonista se pasa todo el tiempo esposada en una cama no parece un
reto sencillo ni para el escritor ni para el lector, que a cada
momento piensa, ¿cómo va a conseguir King llegar a la meta? Pero lo
hace, entre sobresaltos, pero llega.
Aquí el terror que
transmite la historia es puramente psicológico. La protagonista se
asoma al abismo de la locura y tiene que luchar, más que contra las
apariciones (en el doble sentido) que la acechan, contra su propio
desquiciamiento. Y King cada vez le pone (se pone) las cosas más
difíciles, para finalmente salir airosa (airoso), no con artificios,
sino con oficio.
Le podríamos reprochar al
libro las últimas 50 páginas. Tomadas aparte, son impecables y de
un gran impacto, aunque al salir del escenario principal puede
parecer un añadido. Pero preferimos quedarnos con la satisfacción
de haber asistido a la ejecución un ejercicio de estilo resuelto a
lo grande por parte de un autor al que algunos tenían catalogado
como escritor de manual hasta hace muy poco tiempo.
Editorial
Grijalbo
Traducción
de María Vidal
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