Quizá el efecto más
difícil de conseguir en literatura sea que en una narración en
primera persona el lector sea capaz de descubrir muchos más secretos
de los que la voz narrativa está dispuesta a desvelar. Se trata de
un engranaje de insinuaciones en el que, si al escritor se le va la
mano, el juego pierde la gracia; y si no alcanza el nivel mínimo de
sugerencia, el lector se quedará en la inopia. Seguramente fue Henry
James quién llevó a su extremo esta técnica.
El mensajero podría ser
un ejemplo canónico de cómo llevar a la práctica este recurso.
Para empezar, L. P. Hartley tuvo el acierto absoluto de encontrar el
mejor punto de vista. Porque la historia no la narra un niño de 12
años, sino ese niño 50 años después. Y como él mismo dice, es al
recuperar esa historia cuando el protagonista empieza a comprender
muchas cosas que antes se le había pasado por alto. Así que está
en igualdad de condiciones con el lector, que nunca sabrá con
seguridad cuánto hay en lo que está leyendo de verdad, recreación
o invención.
Otra muestra de la
maestría de Hartley, que obliga a dejar apartado el libro durante
unos instantes y aplaudir como reconocimiento a su labor, es su
dominio de la sutileza. Cómo es capaz de dejar entrever lo que está
pasando, sin ser en ningún momento obvio ni descriptivo. Por
ejemplo, su uso de las metáforas no tiene intención poética ni
pretende que la lectura sea simbólica, sino que consigue apuntalar
lo que solo se percibe de una manera nebulosa a través de un
mecanismo puramente sensorial.
Todo el mundo conoce la
primera frase del libro (El pasado es un país extranjero: allí las
cosas se hacen de otra manera), pero parece como si con eso (y quizá
con la magnífica adaptación que realizó Joseph Losey) fuera suficiente. Y
sin embargo, El mensajero es una obra maestra que tiene mucho que
enseñarnos. Se puede analizar como una pieza literaria de una fineza
y una sabiduría compositiva extraordinarias, pero sobre todo se
puede leer como una novela de aprendizaje cuyas reminiscencias no se
acaban nunca.
Editorial
Pre-textos
Traducción
de José Luis López Muñoz
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