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El
trayecto que siguió Helen para hasta llegar a la cúpula de la
Sección Especial fue totalmente diferente al de Tom. Ella también
se había graduado en Oxbridge con las más altas calificaciones,
pero no había sido reclutada por ningún cazatalentos, ya que estos
solían inclinarse más por candidatos varones en buena forma, y
Helen no cumplía ninguno de los dos requisitos.
Tras
licenciarse en Ciencias Políticas, Helen había ingresado en el
Ministerio del Interior donde ejerció de analista de datos con una
sagacidad que pronto llamó la atención de sus superiores.
Su
ingreso en la Sección Especial fue discreta y natural. Se le ofreció
como un ascenso, y ella apenas se planteó la posibilidad de rechazar
el puesto. Asumiría muchas más responsabilidades y en la práctica
casi tendría que despedirse de su vida privada, pero ya hacía
tiempo que había asumido que su vida era su trabajo y veía con
apasionamiento las posibilidades que le planteaba su nueva ocupación.
Pese
a que hacía tiempo que las mujeres habían empezado a trabajar en la
Agencia, e incluso una de ellas había llegado a ocupar el puesto más
alto del escalafón, todavía existía cierto recelo hacia ellas
entre un grupo mayoritariamente masculino y anclado en las viejas
prácticas de la Guerra Fría. Pero Helen ni tan siquiera prestaba
atención a las ocasionales zancadillas que sus compañeros más
retrógrados le ponían. Sabía que era la mejor en su puesto y cada
día se empeñaba en demostrarlo sin tener que dar una voz más lata
que otra.
Poco
a poco fue escalando en el organigrama hasta alcanzar la subdirección
de la Sección Especial, siempre bajo las órdenes de Khun, quien
desde su ingreso en el grupo se había auto asignado el papel de
mentor de la agente Clarke. Su profesionalidad e implacabilidad
lograron que todos sus subordinados, incluidos los agentes de campo,
que habitualmente despreciaban a los “burócratas de Vauxhall” la
respetaran y asumieran su autoridad.
Pero
Helen nunca había sido una mujer de acción. Sus escasas salidas de
Londres se habían limitado a reuniones de alto nivel con otros jefes
de servicios de inteligencia o a conferencias internacionales que
eran vistas por todos sus participantes como perfectas excusas para
pasar unos días de vacaciones. Al principio Helen trató de tomarse
estas citas más en serio, pero al darse cuenta de que si ella era la
única que seguía el juego, éste no tenía sentido, decidió
sumarse a la indolencia general y disfrutar de los pocos días libres
que su agotador trabajo le concedía.
Poco
después de su ingreso en la Sección Especial había aprendido a
utilizar armas y había seguido algunos cursillos obligatorios que le
permitieron adquirir los rudimentos del buen espía, pero su
implicación, por una vez había sido más para cumplir el expediente
que con la intención real de llevar a la práctica algún día esos
conocimientos. No, Helen Clarke no era el tipo de espía que aparecía
en las películas de Hollywood.
23
Tom
no paraba de dar vueltas por la habitación observando cómo Helen
preparaba sus cosas para irse de inmediato junto al agente francés
que había ido a buscarla,
-Mira,
Helen, esto no me parece bien -dijo con algo de miedo-. Soy yo el que
debería ocuparse de esta misión. Reconócelo, tú no estás
preparada para llevar una tarea de vigilancia.
-Gracias
por preocuparte por mí -dijo Helen con una sonrisa-, pero todo irá
bien. No pensarás que los franceses me van a dejar sola siguiendo a
Harker. Simplemente estaré junto a alguno de los suyos tratando de
enterarme de primera mano de lo que está pasando. No podemos
dejarlos solos para que administren la operación a su antojo y nos
dejen a nosotros la información residual.
-¿Y
si las cosas se ponen feas? Harker es el mejor agente que he
conocido, y si es verdad que se ha pasado al otro lado, va a ser muy
difícil controlarlo.
-Ya
sé lo que estás pensando: “un francés y una burócrata de
Vauxhall”. Pero sabes que nunca tomo riesgos innecesarios.
Seguiremos todos los protocolos y nos limitaremos a seguir la pista
de Harker a una prudencial distancia -le guiñó el ojo-. Seguro que
todo estará bajo control.
Tom
seguía sin poder estarse quieto y no paraba de mover la cabeza
intentando negar la realidad.
-¡Maldita
sea! Todo esto es por mi culpa, no tenía que haber ido a ver a
Rashid. Y luego estos franceses aficionados... No me gusta nada esta
operación, tengo la sensación de que algo va a salir mal. Quizá
debería llamar a Khun y decirle que acepto su propuesta de enviar a
un nuevo agente para que se ocupe de llevar a cabo la acción de
campo.
-Demasiado
tarde, me temo. Pero no te mortifiques, Tom, ninguno de nosotros
podía pensar que Harker iba a salir de la nada... -como Tom seguía
sin convencerse, Helen tuvo que continuar-: Piensa un poco, la
situación está perfectamente clara, sólo tenemos que esperar un
poco esta noche los terroristas y los traficantes caerán ellos solos
en la trampa.
-Por
favor, mantente en contacto conmigo en todo momento -dijo Tom
suplicante-. Nunca me perdonaría que te pasara algo malo.
Helen
se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
-Bueno,
ya está todo listo. Me tengo que ir. Intenta tranquilizarte.
24
Mientras
Tom se quedaba solo en la habitación del hotel esperando a que le
dieran alguna nueva indicación, Helen siguió al agente francés que
había ido a buscarla. Durante el camino a un lugar indeterminado,
Helen hizo varias preguntas al agente sobre su destino y los próximos
pasos a dar, pero ante la monocorde respuesta de éste (“Lo siento,
señora, pero no estoy autorizado a darle esa información”), cejó
en su empeño y permaneció callada hasta que llegaron a un edificio
no muy diferente del que tan bien conocía en Vauxhall, sólo que si
aquel estaba a orillas del Támesis, éste se encontraba junto al
Sena.
Todavía
no eran las seis de la mañana y las oficinas ofrecían un aspecto
somnoliento. Parecía que las bombillas emitían una luz por debajo
de su intensidad normal y que las pocas personas que se atisbaban por
los pasillos y algunos despachos abiertos aún estaban
desperezándose.
Pero
esta impresión cambió radicalmente cuando entró en la sala de
reuniones que su acompañante le había señalado como objetivo final
y encontró en ella a Millot desplegando toda su energía.
-Ah,
por fin está aquí, Clarke. Ese Khun es un maldito incordio, no ha
parada hasta conseguir meter sus narices en la misión.
-¿Me
está llamando narices?
Millot
o simuló no comprender o quizá se había perdido de verdad con el
marcado acento cockney que Helen había imitado.
-Sólo
quiero dejar claro que no voy a tener ninguna consideración por
usted. Ni porque sea mujer -Helen ya había notado que todavía no
había visto a ninguna agente femenina entre los franceses-, ni,
sobre todo, porque sea inglesa. De hecho, me lavo las manos. Ya he
manifestado con toda rotundidad a Khun que toda la responsabilidad es
suya.
-Nada
que objetar -dijo Helen, dispuesta a no dejarse achantar en ningún
momento por la bravuconería de Millot-. Por favor, no perdamos más
el tiempo con charlas inútiles y dígame qué vamos a hacer.
Millot
pareció calmarse. Se sentó, abrió las manos, y comenzó a
explicarse:
-Esta
bien. Empecemos con Harker.
25
-No
comprendo por qué tenemos que usar a Harker como intermediario.
Nunca me he fiado de él y creía que Kemel tampoco, pero ahora
resulta que ponemos en sus manos toda la negociación.
-Al
parecer lo han impuesto desde arriba. Tiene contactos y un
conocimiento de primera mano de las armas.
-Lo
que yo te digo, que está llevando un doble juego. No sé tú, pero
yo estoy pensando en irme de París inmediatamente, esto tiene toda
la pinta de una trampa para hacernos caer.
-¿Y
por qué harían eso? Ahora mismo somos su mejor baza.
-Ahora,
pero una vez hayamos comprado las armas, no les seremos de utilidad.
Creo que estaban esperando este momento para librarse de nosotros y
que hemos seguido el camino que nos indicaban como corderos hacia el
matarife.
-Ya
es demasiado tarde para echarse atrás. Con el dinero que nos paguen
podremos vivir tranquilamente durante varios años.
-¿Y
para eso estamos aquí? De todas maneras, ¿cómo te explicas tú que
hayan metido de por medio a los ingleses? Lo único que logran con
ello es embrollar aún más el asunto.
-Seguramente
se iban a enterar de todos modos y han querido adelantarse. Pero por
eso no te preocupes, los ingleses siempre harán lo que les digan los
americanos.
26
-Harker
ya está en París y los ingleses han logrado que Clarke se ocupe de
su vigilancia.
-Perfecto,
un incordio más del que ocuparse. Vamos a tener que lanzarles un
señuelo para entretenerles. Para cuando llegue la hora de la cita,
espero que ya hayamos podido librarnos de ellos.
-Clarke
no tiene ninguna experiencia y no creo que sea muy difícil
manejarla, pero Winder me sigue preocupando.
-¿No
te han dicho que no le van a dejar salir del centro de operaciones?
Mientras que esté vigilado no podrá hacer nada.
-¿Y
tú confías en que los franceses puedan controlarlo?
-No,
pero ya lo tengo todo dispuesto. Si Winder sale de su radar, nos
encargaremos de que no pueda volar muy alto.
-Los
árabes también han empezado a moverse.
-Otra
pandilla de aficionados. Al menos estos no actuarán por su cuenta.
No son capaces ni de atarse los zapatos sin indicaciones.
-Ya,
pero eso también tiene sus riesgos. Por no hablar de los rusos.
-¿Qué
pasa con ellos?
-Son
rusos, ¿hacen falta más explicaciones?
27
Alrededor
de la granja sólo se escuchaba el mugir de las vacas. A Harker le
parecía irónico que en un momento de máxima tensión como la que
estaba viviendo, el paisaje ofreciera un aspecto tan bucólico.
Tras
desembarcar cerca de Marsella, le habían llevado inmediatamente a
ese paraje, donde sólo le acompañaba Marcel, quien en las dos horas
que llevaban juntos todavía no le había dirigido la palabra.
El
plan consistía en permanecer allí hasta media mañana, cuando
iniciaría su viaje hacia París. No debía dejarse ver ni hacer
ninguna llamada. Si sucedía algo importante, ya se pondrían ellos
en contacto.
Pero
la tranquilidad del entorno no colaboraba en templar su inquietud. En
principio el plan parecía de una sencillez absoluta. Simplemente
tendría que encontrarse con el tal Soyenko y en cinco minutos el
trato estaría firmado. Le habían indicado (por decirlo suavemente)
que después volvería a la granja y esa misma noche partiría de
nuevo hacia la costa africana. Pero su enlace le había comentado que
la situación se había complicado con la irrupción de los ingleses.
Había tratado de quitar hierro al asunto diciendo que estaban
totalmente controlados, pero se le había escapado (aunque dudaba que
hubiera sido fortuito), que ya había habido una muerte. Cuando le
preguntó por los agentes implicados, el enlace había soltado como
si tal cosa “me parece que se trata de un tal Tom Winder”, sin
saber lo que eso implicaba para Harker.
28
En
un yate anclado en el muelle de Niza, la perspectiva era todavía más
serena que en la granja. Sólo el capitán del barco acompañaba a
Yurov. Pese a las noticias que le iban llegando desde París, su idea
del plan no se había desviado ni un ápice.
El
día anterior lo había pasado junto a Polina, pero había acabado
harto de sus quejas. Ya no sabía cuántas veces le había contado la
historia de que su bisabuelo había trabajado como taxista en Niza
después de la Revolución. Lo único gracioso del tema era que cada
vez le contaba una versión diferente, siempre había algún detalle
que cambiaba. Polina era una terrible mentirosa. En eso podría Yurov
podía darle unas cuantas lecciones.
Pero
las trolas de Polina eran inofensivas. A veces lo hacía simplemente
por aburrimiento, y casi siempre para tratar de sacarle algo de
dinero. Como si hiciera falta. En realidad, Polina ni tan siquiera le
gustaba, ya estaba harto de ella. Pero lo parecía más cómodo, más
fácil, seguir viéndola de vez en cuando y atender sus capricho que
tener que afrontar una pelea en toda regla. Podría hacer que se
deshicieran de ella, alguno de sus colegas se lo había sugerido.
Pero él no era un bárbaro. ¿Liquidar a una mujer solo por pesada?
Por favor. Puede que fuera el mayor traficante de armas del mundo,
pero eso no le convertía en un insensible. Hay muchos hombres
completamente respetables que se dedican a su mismo negocio, solo que
él prefería mantenerse al margen de la burocracia. Eso no le
convertía en un psicópata.
De
hecho, le gustaba que le vieran como una persona refinada. Seguro que
sus compañeros de muelle veían en el a un nuevo rico ruso que
habría amasado su fortuna de manera sucia. Pero al menos él tenía
modales, no como esos herederos y directores ejecutivos que le
rodeaban y que no sabían tratar a las personas, malcriados en sus
privilegios y creyéndose los amos del mundo.
Ahora
se encontraba en un lugar idílico, en un yate de su propiedad, con
todo lo que quisiera a su disposición, y a punto de concretar un
negocio que no solo le haría todavía más rico y poderoso, sino que
podría cambiar la faz del mundo. Qué aburrimiento.
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