33
-Ha
llamado Yurov. Me ha lanzado algunos insultos realmente dolorosos y
encima me ha hecho repetir el plan en clave una vez más, y ya sabes
como suena eso.
El
té ya está en las bolsas y listo para ponerse a calentar. Antes
hemos comprobado el fuego y todo funciona bien. También tenemos
confirmación de que el jockey está montando al caballo y que el
caballero le observa desde cerca. Por su parte, los dátiles están
frescos y listos para la fiesta.
-¿Y
qué hay del samovar?
-¡El
samovar! Jaja
-Jaja.
No, en serio, yo creo que el hombre se aburre.
-¿Quién
no se aburriría en un yate con todo lo que quiera a su disposición?
Debe de ser muy estresante eso de poder hacer cualquier cosa.
-Si,
yo no sabría elegir qué pantalones ponerme por la mañana.
-¿Es
que te pondrías pantalones? ¿Para qué?
-Pues
también tienes razón. Todo el día en bolas. Y al que le moleste,
ya sabes, pum, pum.
-De
todas maneras, no sé por qué nos tomamos tantas molestias en
convertirnos en Yurov. Para ir en bolas no necesitas dinero, y
también puedes hacerlo en tu casa.
-Oye,
una cosa. En realidad, ¿a ti qué te parece todo esto?
-Pues
que las cosas iban tan bien que es normal que algo pasara. Incluso
mejor: si todo está tranquilo, es que se acerca la tormenta.
-Ya,
pero ahora estamos nosotros, los moros, los yanquis, los gabachos,
los caracaballos. Parece un vodevil como ese que vimos en el Théâtre
des Capucines.
-¿Y
lo que nos reímos?
34
-Como
todo esto se líe, aprieto el botón y todo por los aires. Se acabó
el problema.
-Claro,
tú lo solucionas todo muy rápido. Pero así no conseguiríamos
nada.
-¿Cómo
que no? Llamaríamos la atención, que es lo que queremos.
-¿Y
nuestra gente, qué? ¿Es que va a conseguir la libertad porque tú
aprietes un botón?
-Eso
tendrías que haberlo pensado antes, porque eso es todo lo que
hacemos, apretar botones.
-Eres
un cínico y un criminal.
-A
buenas horas. A ver si tú vas a ser uno de ellos, porque yo ya no me
fío ni de mi padre.
-Pues
yo del que no me fío es de ti. Ten cuidado, hace tiempo que te
observamos.
-¿Que
me observáis? ¿Tú y cuántos más? A ver si voy a tener que
apretar el botón antes de tiempo.
-Ven
aquí ahora mismo.
-Ven
tú.
-¡Te
parto el alma!
-¡Chicos!
¡Ya está bien! Parecéis unos niños malcriados en lugar de unos
luchadores por la libertad. Y yo no quiero hacer el papel de madre,
así que si no queréis que os dé una buena zurra a los dos, más
vale que os controléis. Venga, daos la mano.
-Pero
si ha empezado él.
-Y
una mierda.
-Os
voy a tener que mandar de vuelta a vuestro pueblo. Pero ya.
-¡No,
por favor, eso no!
-¡Si
estamos de broma! Venga, un abrazo.
-¡Qué
abrazo! ¡Dame un beso, hermano!
35
El
encontronazo tuvo un resultado desigual. Los tres ocupantes del
todoterreno negro habían quedado gravemente dañados, aunque sus
sufrimientos fueron cortados de raíz por un ileso Marcel, que
cumplió su cometido como quien se limpia las cenizas que le han
caído de un cigarrillo.
PUM
PUM PUM
El
ruido devolvió la conciencia a Harker, quien hubiera preferido
seguir en la bendita compañía de los angelitos. Cuando se despertó,
a le dolía hasta el pelo, pero mientras se mantenía quieto podía
mantener algo de serenidad. Por eso la voz de Marcel, siempre tan
expeditivo, le sonó como una canción heavy puesta a todo volumen
con la única intención de torturarle.
-Muévete.
Muévete. Muévete.
Muévete. Muévete. Marcel
solo lo había dicho una vez, como era su costumbre, pero la palabra
resonó en el cerebro de Harker, rebotando una y otra vez y
haciéndose cada vez más insoportable. Cuando el eco ceso, John
apenas disponía de un susurro y de una pizca de su caudal de ironía
para soltar:
-Si
tienes una grúa escondida por ahí a lo mejor podría ponerme en
pie.
-Seguro
que estos inútiles no son los únicos que vienen detrás de
nosotros. Será mejor que nos pongamos en marcha ya.
Harker
tuvo fuerzas para sorprenderse de escuchar dos frases completas
salidas de la boca de Marcel, pero para poco más. El Land Rover
estaba tan hecho polvo como él mismo, mientras que el todoterreno
daba las mismas señales de vitalidad que sus ocupantes.
-Ni
a rastras me podré mover de aquí.
La
mirada de Marcel fue mucho más expresiva que cualquier palabra que
hubiera podido emitir. Una vez más se alejó de John para llamar por
teléfono. Cuando volvió no dijo nada.
-¿Qué
va a pasar? ¿Vienen a por nosotros?
-Guarda
tus fuerzas. Las vas a necesitar.
36
-¿Quién
ha sido?
-...
-No
me hagas repetir la pregunta. ¿ Franceses, americanos o ingleses?
-Según
nuestro hombre en La Granja...
-¿Nuestro
qué?
-Ya
sabe, nuestro sherpa.
-¿De
qué me estás hablando?
-Nuestro
chófer, nuestro guía, nuestro gorila, nuestro salvaguarda, la
persona encargada de protección y vigilancia, el campesino, el
franchute fiel, el buen hombre de las montañas, el gigante moreno,
el ángel de la guarda, el mocetón del sur, nuestro seguro de vida.
-Está
bien, ya sé de quién me hablas.
-Pues
según el, y prepárese, los tipos malintencionados del
todoterreno... eran italianos.
-¡Te
estás quedando conmigo! ¿Qué pintan los italianos aquí?
-No,
no eran mafiosos, ya solo faltaba que tuviéramos a los macarroni
metidos también en el ajo.
-Menos
mal, esto ya iba camino de convertirse en una opereta de cuarta
categoría.
-Seguramente
estaban contratados por alguna de las partes implicadas. Solo que
todavía no sabemos por cuál.
-Pues
ya podéis aplicaros.
-Tenemos
a un equipo de camino. Se encargarán de evacuar al campesino y al
caracaballo y si les da tiempo comprobaran las pruebas que hayan
quedado.
-Para
empezar, ¿de quién fue la idea de que solo una persona se ocupara
de la vigilancia del carapepino?
-...
-Te
ordeno que me lo digas. Que cada palo aguante su vela.
-Fue...
¿usted?
-¡YO!
¿YO? Yo... tenía mis motivos, pero ahora todo ha cambiado. Es
prioritario que el sangredemermelada llegue sano y salvo a París.
-Me
parece que para lo de sano ya es un poco tarde.
-No
te pongas impertinente y ocúpate de que todo salga bien. Te hago
personalmente responsable.
-Sí,
señor. También me ocuparé de meterte una granada por donde te
quepa.
-¿Pero
qué dices?
-Que
ya había colgado, hombre.
37
-¿Cómo
se puede ser tan incompetente? Es que no me entra en la cabeza. Os
dejamos esto en vuestras manos, porque es vuestro terreno, ¡y se lo
encargáis a unos italianos que serían profesionales, pero de la
fantochada!
-Nos
vinieron con las mejores referencias.
-Sí,
seguro que se las inventaron y ni las comprobasteis.
-No
podíamos actuar directamente. Imagínate por un momento que mandamos
a algunos de nuestros agentes y se quedan en el camino. Todo el plan
hubiera quedado al descubierto.
-Tal
y como están las cosas, tarde o temprano pasara de todas maneras,
así que mejor haber hecho el trabajo bien a la primera y ahora no
estaríamos metidos en este embrollo.
-No
te preocupes, ya nos hemos ocupado de que esta vez la eliminación se
produzca sin más contratiempos.
-Y a
quién se lo habéis endosado esta vez, ¿a unos rumanos?
-No,
nuestro rumano jefe está en la cárcel. Un pequeño problema de
descoordinación con la Policía. Ya sabe que estas cosas pasan.
-Tienes
que estar de broma. Lo mejor será que llame a alguno de los nuestros
y que se ocupen ellos. Harker no puede llegar a París de ninguna de
las maneras.
-No,
eso enredaría aún más las cosas. Nuestro contacto no sabe de qué
va el asunto, y si ve aparecer a un grupo desconocido, acabará
también con ellos. Es superprofesional.
-Superprofesional
mi culo.
-Tampoco
hay que ponerse así.
-Me
pongo como me da la gana. Si al final es lo que yo dije desde el
principio, que con vosotros no se puede. Ya verás como tendré que
ocuparme de Harker personalmente. Davies ya está de camino, por si
las moscas.
-Que
no, hombre, que no. Te reporto en una hora.
38
Henri
tuvo que cancelar una cita precipitadamente y sin dar demasiadas
explicaciones, pero es que sabía que si Tom se ponía tan imperativo
era porque se trataba de algo de la máxima prioridad.
El
hotel Sainte-Croix se encontraba en un distrito lejano de la ciudad,
que hacía tiempo que no visitaba. Su coche tampoco parecía tener
mucha predilección por esa zona de París, porque cuando programó
el gps para que le guiara le indicó un hotel del centro de Nantes.
Tras varios intentos infructuosos tuvo que consultar a su móvil, que
le indicó que tardaría 25 minutos en llegar.
Con
más de 20 minutos de retraso sobre el horario previsto, por fin se
presentó a las puertas del hotel. En la decimoquinta planta le
esperaba un vigilante de muy mala acogida que le preguntó de muy
malos modos qué hacía allí. Tom, ya avisado de la llegada, salió
de su habitación y dijo que todo estaba bien.
-De
eso nada. Me han dejado bien claro que aquí no entra nadie.
Tom
se acercó poniendo una cara simpática al vigilante con la mano
derecha adelantada en señal de apaciguamiento.
-Eh,
amigo, no pasa nada. Podemos tener la charla en el pasillo.
-Eso
es completamente irregular. No va a ser posible.
De
manera inadvertida, Tom y Henri habían encajonado al vigilante, que
se las vio venir demasiado tarde. Al llevarse la mano al comunicador
que tenía en el cinturón pareció dar la señal que los otros dos
estaban esperando.
-Shhh,
tranquilo, tranquilo. No te va a pasar nada -dijo Tom mientras con
una sutil llave enviaba al vigilante a un lugar mucho más relajado.
-Recuérdame
que nunca te lleve la contraria -resopló Henri mientras arrastraba
el cuerpo del francés hacia la habitación. -Pues quizá sea un buen
momento. ¿Estás listo para bajar 15 pisos de escaleras?
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