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Después
de arrinconar al agente francés, pero antes de empezar a
arrastrarle, Henri se preguntó en qué se había metido. No hacía
tantos años, él mismo podía haber sido ese agente. Cierto que
cuando trabajaba para la DGSE nunca se había dedicado a cometidos
tan poco cualificados (y a tenor del papelón que había hecho este
agente, desde luego no exigían demasiado para llegar a ese puesto),
pero qué demonios, estamos hablando de nuestros protectores.
En
realidad el papel de Henri en el DGSE siempre había sido más bien
político. Su formación cosmopolita, de la que había disfrutado
gracias a la carrera itinerante de su padre, un militar de alta
graduación que le llevó a él y a toda su familia alrededor del
mundo, lo que le hizo completar sus estudios en tres continentes
diferentes, y su máster en Relaciones Internacionales, le habían
servido para ocupar un puesto privilegiado en el que se encargaba de
enlace entre los mandos operativos y los cargos públicos. No tenía
demasiado respeto a ninguna de las dos partes, unos le parecían
soberbios incapaces que se inventaban cualquier trama para justificar
sus gastos, y los otros uno inútiles todavía de mayor categoría
que solo estaban preocupados por quedar bien sin mojarse los
calcetines.
Sin
embargo, él sí era apreciado por sus superiores. Su discreción y
eficacia le habían facilitado una carrera meteórica que le permitió
estar al tanto de los más altos secretos de Estado y disponer de una
información privilegiada a las que muy pocos tenían acceso.
Una
de sus tareas era la de servir de contacto para los agentes
extranjeros que colaboraban con DGSE, y así fue como conoció a Tom.
Enseguida conectaron y entre los dos se estableció una conexión que
Henri no había encontrado entre sus compatriotas en la agencia, y
mucho menos Tom en su aventura francesa. En realidad fue Henri quien
organizó el encuentro entre Tom y su hermana Sophie y se
vanagloriaba de haber ejercido como cupido en esta relación
internacional.
Después
de ocho años de servicio a su país, Henri decidió que ya había
llegado el momento de servirse a sí mismo y se pasó a la empresa
privada. La ley de incompatibilidad en teoría le dificultaba mucho
la transición, pero tras perderse durante un año en el que dejó
que su nombre se olvidara, en realidad no tuvo demasiadas
dificultades para conseguir un puesto extraordinariamente bien pagado
en el que poco más que tenía que hacer uso de las conexiones
labradas a lo largo de su trabajo en el servicio de seguridad.
Con
necesidad o sin ella, Henri pasaba la mayor parte del año de viaje
por los países más exóticos. El negocio prosperaba con unas cifras
de beneficio espectaculares y su labor era tan valorada como lo había
sido cuando trabajaba para el Estado. No corría riesgos, no acababa
la jornada agotado y en general se lo pasaba muy bien gastando su
bien ganado salario.
Fue
en un día cualquiera de satisfacción y relajo cuando recibió la
llamada de Tom.
40
Durante
una hora Helen estuvo estudiando los métodos de trabajo que habían
montado los franceses. O al menos lo que le dejaban ver. No estaba
demasiado impresionada, todo lo que la rodeaba era más o menos igual
a lo que estaba acostumbrada a ver en la central de Londres. Pero sí
le parecía que los franceses se lo tomaban todo con mucha calma.
Estaban ante una misión con repercusión internacional que podía
desembocar en varias guerras, y parecía un trámite más. Ni gritos,
ni carreras ni nervios. Comme il faut.
Tras
pedir permiso (tenía que hacerlo cada vez que hacía un movimiento),
llamó a Khun, quien le informó de que no había ninguna novedad y
que siguiera atenta. Después trató de localizar a Winder, pero le
saltó el buzón de voz. Nada por lo que preocuparse. Seguro.
-Venga
conmigo un momento.
La
voz de Jean, el agente ocupado de su cuidado, o vigilancia, según se
mirara, la sobresaltó. Le acompañó a un lugar apartado esperando
que le dijera que se fuera de allí de una maldita vez. Pero no era
eso lo que la esperaba.
-Creemos
que Harker ha caído.
-¿Cómo?
-Su
ex agente, ya sabe -estos franceses no podían privarse de dejar de
recordárselo. Y lo hacían con indisimulada satisfacción.
-Pero
¿qué ha pasado?
-Nos
han informado de un incidente cerca de la A6 en la que se han visto
involucrados dos todoterrenos. Tenemos evidencias de que ha habido un
tiroteo y un choque brutal. Hay tres cadáveres de unos italianos,
con antecedentes en todos los delitos conocidos por la humanidad, y
rastros de otro herido. Estos rastros corresponden a Harker.
Helen
no dejó mostrar su preocupación. Su tarea allí era ocuparse
precisamente de Harker, y si este había desaparecido ya no tendría
ningún sentido que siguiera allí. Por eso su primer pensamiento fue
que simplemente podría tratarse de una trampa de los franceses.
-¿Han
encontrado su cuerpo? -preguntó buscando una vía de escape que la
permitiera continuar con su misión.
-No.
Ya se lo habría dicho. Pero sabemos que ha tenido una gran pérdida
de sangre y es altamente improbable que llegue a París. Si es que va
a poder llegar a cualquier sitio.
-Bueno,
pero todavía no están seguros de nada. Y Harker es realmente duro,
créame. Así que de momento todo sigue igual.
-No
lo creo -dijo Jean con condescendencia-. Podemos considerar a Harker
como fuera de juego. Una preocupación menos. Debería alegrarse, sus
dolor de cabeza ya se ha pasado y no ha tenido que tomarse ni una
aspirina. Nosotros nos ocuparemos de todo.
Helen
se tomó su tiempo para replicar. Miró a Jean fijamente a los ojos.
Después hizo una panorámica para comprobar que, efectivamente,
todas las miradas estaban sobre ellos. Como si no hubiera nada más
importante que hacer. Como si una coalición de traficantes de armas
y terroristas no estuvieran a punto de poner el mundo patas arriba.
No, aquí lo interesante era librarse de esa inglesa entrometida.
Después de lanzar una mirada de vuelta llena de desprecio, se
inspeccionó los dedos de la mano derecha con mucho más cariño que
el dedicado a los seres vivientes de su entorno y se pasó esa misma
mano por el pelo con extrema suavidad. Nadie podía ponerla de los
nervios.
-Hasta
que no haya constancia de que Harker está muerto o incapacitado todo
seguirá igual. No podemos relajarnos ahora.
Jean
resopló con fastidio. Con estos ingleses no había manera, cuando se
les mete algo en la cabeza...
-Está
bien. Usted continúe con su inagotable trabajo -dijo con sorna-.
Espero que su asiento sea cómodo.
-Muchas
gracias -dijo Helen dándose la vuelta.
-Ah,
por cierto -soltó Jean cuando Helen ya había iniciado su regreso-.
Winder acaba de escaparse del hotel. Esperemos que no le pase nada.
41
-¿Dónde
estoy?
A
Harker le hubiera gustado que sus primeras palabras fueran más
originales, pero no estaba en condiciones de ponerse ingenioso.
-Shhhh.
No
lo veía bien, pero ese consejo debía de provenir de Marcel. El
mismo Marcel susurrante de siempre.
-¿Quién
eres? ¿Qué me habéis hecho?
No
había manera. Seguía lanzando un tópico tras otro. Pero sus
recursos cerebrales estaban bajo mínimos, como todo en su cuerpo.
-No
hables, Harker, vas a necesitar todas tus fuerzas -vaya, el otro tipo
tampoco era muy innovador. Aunque con esas palabras supo que no era
Marcel. Aunque no consiguió identificar su acento, tal torrente de
palabras era impropio de su viejo-nuevo amigo.
-¿Dónde
está Marcel?
Tampoco
es que le importara mucho. Era un buen tipo. Y le había salvado el
pellejo. Pero vamos.
-¿Marcel?
-dijo la voz extrañada-. Ah, Marcel. Está perfectamente, no te
preocupes por él. Ahora lo que tienes que hacer es pensar un poco en
ti mismo. ¿Cómo te encuentras?
-Como
si me hubiera pasado un coche por encima.
Aunque
Harker empezaba a temer por la supervivencia de su ingenio, al tipo
de la voz pareció hacerle gracia.
-Muy
chisposo -dijo entre risas-. Te pongo una cosita y voy a contárselo
a mi colega.
La
risa y el comentario de la voz acabaron por sacar de sus casillas a
Harker, que incluso intentó ponerse en pie.
-¡Quieres
decirme qué demonios...!
Pero
no pudo completar un nuevo cliché, porque antes de seguir
discutiendo su cuidador decidió inyectarle una nueva dosis de esa
sustancia que tanto bien le estaba haciendo.
42
-Menos
mal que eran de bajada -dijo Henri echando el bofe.
-Ya
veo que te has acomodado -comentó Tom, que estaba fresco como una
rosa-. En tus buenos tiempos podías no bajar, sino subir 30 plantas
sin que se te notara el esfuerzo.
-Exageras,
nunca he sido un portento físico. Pero el cansancio no me nubla del
todo la mente. Me has metido en un lío importante y vas a tener que
darme una buena explicación.
-Por
supuesto. Pero antes tengo que decirte que nadie puede verme en la
calle. Además, supongo que la inutilidad de tus compatriotas no les
impedirá hacer algunas comprobaciones de rutina, así que tenemos
solo unos pocos minutos antes de que empiecen a perseguirnos.
Henri
disponía de un piso de seguridad, del que solo él tenía
conocimiento, en el distrito XVI, y hacia allí se dirigieron tras
agenciarse otro coche, pues suponían que el de Henri ya estaba
localizado. En el camino Tom resumió la situación casi en
titulares, pero dejando claro la gravedad de los hechos. Henri
reaccionó primero con incredulidad, después con preocupación y
finalmente con total compromiso.
Ya
en el piso de seguridad, que Henri no se había preocupado de decorar
mínimamente (solo disponían de un par de sillas para acomodarse),
el exagente francés ofreció a su amigo una amplia variedad de
bebidas.
-Primero,
lo que tengo ahora es un hambre que devoraría una vaca sin necesidad
de cocinarla ni de salsa, a bocados. Segundo, ¿cómo es posible que
no tengas ni una mesa pero sí un completo surtido de bebidas
alcohólicas?
-Todos
tenemos nuestras prioridades, mi querido amigo. Creo que tengo por
ahí algo de queso, no puede faltar en una casa francesa -Tom hizo un
gesto como que pasaba del queso-. Pero venga, ponte cómodo y dime
cuál es tu plan?
-¿Plan?
-Tom dudó legítimamente durante unos segundos-. Mi plan era
llamarte a ti. A partir de ahora ya...
-De
acuerdo, y luego los chapuceros somos los franceses -dijo Henri tras
dar un trago al vermú que él si había tenido la presencia de ánimo
para prepararse.
-Venga,
compañero, seguro que tú sabes qué pasos dar a partir de aquí. O
conoces a alguien con quien ponerme en contacto.
-¡Claro!
-exclamó Henri con sarcasmo-. Si todo es muy sencillo. Estás
envuelto en una conspiración internacional en la que no falta ni el
Tato y no puedes ser visto en ningún lugar a riesgo de que te lleven
a un calabozo en Kazajistán o que directamente te vuelen la cabeza,
depende de la calaña del tipo que te encuentre. Bájate a comprar un
panini y para cuando hayas vuelto ya habré llamado a mi secretaria
para ver qué disponibilidad tienen mis contactos en el Gobierno.
Aunque a lo mejor prefieres a alguien del Estado Mayor.
Tom
sacó uno de los pocos cigarrillos que le quedaban y lo fumó con
concentración. Lo apretaba tan fuerte que casi parecía que se lo
estaba comiendo. Quizá el humo podía sugerirle alguna respuesta.
Mientras,
Henri apuró con prisa lo que le quedaba de copa y se dirigió hacia
una habitación interior. Tom esperaba que trajera alguna solución
de su excursión, pero Henri solo se había apartado porque
necesitaba alejarse un poco de su cuñado (de verdad que le habían
dado ganas de abofetearle).
Tras
un intenso cruce de miradas, a Tom le pareció que los ojos de Henri
comenzaron a brillar. Poco después, una sonrisa de listillo acompañó
al relámpago de las pupilas.
-Ya
sé a quién podemos llamar. Quizá no sea de mucha ayuda, pero con
un poco de suerte te dará la paliza que te estás buscando.
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