viernes, 28 de marzo de 2014

Allá lejos y tiempo atrás. de W. H. Hudson


El hecho de que el paraíso se puede encontrar en cualquier sitio lo demuestra William Henry Hudson al tener su rincón edénico particular en un lugar tan improbable como la Argentina inmediatamente posterior a la Independencia. Para este muchacho de procedencia gringa y crecido en la pampa, nada significaban las luchas de poder y las interminables guerras: el descubrimiento de la naturaleza, el éxtasis ante la primera flor de la primavera, la observación fascinada de los pájaros eran suficientes para completar su felicidad.

No deja de ser clarificador que el adjetivo “bucólico” ya no pueda ser pronunciado sin una connotación irónica. Si la poesía de este género parece tan pasada de moda como cursi, la simple evocación de la naturaleza como un lugar ideal y propicio a las maravillas provoca alzamiento generalizado de cejas y sonrisas de superioridad. Sin embargo, hace un siglo Hudson podía escribir un libro como Allá lejos y tiempo atrás sin que nadie le acusara de pomposidad ni de ser un abrazaárboles.




Leído hoy, el libro sigue manteniendo su atractivo. La sinceridad de Hudson y su amor incondicional por la naturaleza, le llegan al lector de una manera sentida y conmovedora. También hay una buena parte del libro dedicada a las aventuras infantiles en un mundo de gauchos; a la descripción de los extravagantes habitantes de un mundo ya lejano (física y temporalmente), que en su pintoresquismo casi parecen inventados; y una especial mirada sobre la propia familia de Hudson, entre los que destacan el retrato de su querida madre, muerta prematuramente, y de su tan admirado como temido hermano mayor.

Pero sin duda lo más poderoso de la escritura de Hudson esta en esos pasajes dedicados a su afición infantil, que más tarde se convertiría en su modo de vida: la observación de la vida en estado salvaje. Para él cada nueva especie de pájaro, cada serpiente, cada árbol es un deslumbramiento, casi un milagro. Si a esa edad su mayor preocupación era convertirse en un inútil, un embobado sin futuro, cuando escribió Allá lejos ya cercano a los 80 años, confesaba que esta facultad suya para apreciar los dones de la naturaleza le habían servido para apreciar la vida en lo que vale.

Editorial Acantilado
Traducción de Miguel Temprano García

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