Cuando un personaje de una
novela, que da la casualidad de que es escritor, describe su método
a la hora de escribir un libro, es fácil pensar que es el propio
autor quien se está expresando. En El matrimonio de la señorita Buncle su protagonista explica que para ella escribir no es como
construir una casa, cuando todo tiene que estar planificado, sino más
bien como cazar, para lo que hay que estar atenta a los detalles y
dejarse llevar por lo imprevisto. Da la sensación de que D. E. Stevenson mezclaba ambos principios: sus tramas son tan ligeras que
no hace falta una excesiva preparación previa, pero el entrelazado y
la conclusión son tan ineluctables que no pueden ser atribuibles a
ocurrencias de último momento.
Algo igualmente difícil
de evitar es leer El matrimonio de la señorita Buncle si antes se ha
caído en El libro de la señorita Buncle, el primer libro de la
trilogía. Stevenson tiene un encanto en su forma de narrar, una
ligereza llena de simpatía, una habilidad para construir personajes
tan excéntricos como memorables, que hace irresistible caer en la
tentación de volver a sus libros. Stevenson, más que a su tío
Robert Louis, recuerda a P. G. Wodhouse por retratar similares
ambientes de la clase alta británica con la misma irreverencia y, a
la vez, con una ingenuidad desarmante.
El matrimonio de la
señorita Buncle se lee como un libro de vacaciones, una relajada
historia intrascendente de testamentos y matrimonios secretos que
juega con la complicidad del lector, pero nunca pasándose de lista,
no quiere demostrar su inteligencia a costa de sus criaturas, sino
sacar todo el partido de sus peculiaridades, jugar con el choque
entre el cálculo y la más pura inocencia.
Editorial
Alba
Traducción
de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera
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