Una
de las críticas más habituales a la generación del 68, ligada al
corrosivo relativismo, ha sido la de haber propiciado una sociedad en
la que nadie asume sus propias responsabilidades, en la que la queja
indiscriminada ha progresado de manera proporcional a la ausencia
total de una aceptación de unos deberes individuales. Pero esta
tendencia viene de mucho más atrás y en cualquier momento histórico
sería difícil encontrar a personas que hicieran frente al arrastre
de las corrientes mayoritarias con independencia de criterio y valor
para asumir el aislamiento. En El peso de la responsabilidad Tony Judt reivindica a tres de estos hombres.
Aunque
había muchas cosas que los diferenciaba, también había muchas
otras que equiparaba a tres personajes como Léon Blum, Albert Camus
y Raymond Aron. Además de su firme compromiso con la verdad y su
posición moralista (en el mejor sentido), los tres se encontraban en
la precaria situación de ocupar el centro del debate en Francia
desde posiciones notables, y a la vez ser vistos como forasteros,
advenedizos o incluso traidores. Se daba la paradójica situación de
que eran admirados, seguidos y respetados, pero también odiados,
despreciados y repudiados.
Léon
Blum fue una da las figuras políticas más importantes de la primer
mitad del siglo XX en Francia. Como líder indiscutible del partido
socialista francés, tuvo que hacer frente a momentos tan complicados
como la escisión de los comunistas (y la lucha con ellos se
mantendría a lo largo de décadas), la ocupación nazi y la
reconstrucción de postguerra. Y, entre tanto, fue presidente del
Gobierno a la cabeza del Frente Popular. Blum fue un equilibrista que
siempre procuró mantener una posición personal clara y unos
objetivos loables en medio de una situación caótica e inmovilista.
Tuvo grandes éxitos y no menos gigantescos fracasos, pero siempre
mantuvo la coherencia.
Albert
Camus, por todos conocido, es visto hoy en día como un héroe, como
uno de los grandes hombres de letras que ha dado Europa en el siglo
XX. Pero mientras vivió tuvo que sufrir todo tipo de ataques (que,
como se repite en el caso de las tres figuras retratadas en El peso
de la responsabilidad, venían de derecha y de izquierda). Sus
reflexiones eran siempre incómodas, ajenas al fácil refugio de la
ideología inflexible. Incluso cuando prefirió guardar silencio,
como en el conflicto de Argelia, su opción era meditada y
consecuente.
Raymond
Aron fue un pensador casi totalmente excepcional en la tradición
intelectual francesa. Liberal respetado por sus formadas opiniones
políticas, sociales y filosóficas, también tuvo que sufrir el
desdén y el aislamiento de los grandes mandarines de la
intelectualidad parisina por no atenerse a los principios consagrados
del buen compañero de viaje. Al igual que Blum, Aron era judío, y
aunque no tuvo que sufrir los mismos atropellos que esto le supuso al
líder socialista, también sus orígenes influyeron en cómo fue
percibido.
No
es de extrañar que Judt se interesara por estos tres hombres
ejemplares. Al igual que él, Blum, Camus y Aron era personajes a los
que era difícil etiquetar. Eran socialdemócratas, pero no estaban
dispuestos a ceder al altar de la ideología sus principios morales;
eran reputados críticos de la sociedad, pero también vistos con
prejuicios y reparos; eran personas libres y precisamente su
independencia de espíritu los hacía tan imprescindibles como
peligrosos.
Editorial
Taurus
Traducción
de Juan Ramón Azaola
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