En
un hilarante sketch de Portlandia un punki queda en coma en los años
70 para despertarse en la actualidad y descubrir abochornado que el
mundo ha sido conquistado por los yupis. Y es que al parecer cada
generación tiene que pasar por ese momento traumático en el que se
da cuenta de que la gloria vivida en la juventud ha pasado. Aunque
sea una percepción equivocada , como reflejaba Woody Allen en
Medianoche en París (referencia que viene muy al caso), a nadie se
le podrá convencer de que los buenos viejos tiempos no fueron
mejores.
Y
más difícil todavía sería discutírselo a Léon-Paul Fargue,
conocedor de los encantos de la Belle Époque y amigo de los artistas
más destacados de su tiempo (y de los mejore vividores, dos
categorías que a menudo se mezclaban). En El peatón de París
Fargue rememora con pasión y nostalgia aquellos días en los que
París era el centro del mundo, cuando en cada portal vivía un
pintor y en cada calle había un bar imprescindible. Ahora la pátina
del desencanto le hace ver una ciudad decadente, pero el lector
actual añade su propia perspectiva, lo que redobla los efectos
evocadores.
Los
paseos de Fargue, arquetipo del flâneur, nos descubren una
ciudad secreta en su exhibicionismo, llena de pasajes conocidos o
misteriosos, en los que siempre encuentra un motivo de
reivindicación. Sus descripciones son como ensoñaciones en los que
se mezclan la ironía de quien ya lo ha vivido todo y la más franca
admiración por una ciudad que no se acaba nunca. De la misma manera
que su deambular es moroso, la lectura debe acompasarse y demorarse
en sus elegantes y fulgurantes frases llenas de belleza y
reverberación.
Gracias
a El peatón de París podemos conocer algunas historias banales,
como postales envejecidas, que adquieren categoría de símbolos. Nos
encontramos con personajes fabulosos, desde Proust hasta la última
actriz ya olvidada. Y recorremos calles, cafés, hoteles y todos
aquellos rincones que han convertido París en una ciudad mítica.
Pero, cuidado, no se trata de una guía de viajes. Como sucede de
manera todavía más marcada en Según París, el tono de Fargue es
poético, casi simbólico. Este París ya nunca volverá a existir
(si es que alguna vez lo hizo), pero gracias a Fargue podemos vivirlo
como si nada hubiera pasado.
Editorial
Errata Naturae
Traducción
de Regina López Muñoz
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