Cuando
un autor se pone a escribir una novela normalmente tiene claro que
quiere llegar de A a B, pero lo interesante es lo que pasa en el
camino. Este, en una novela clásica, es director, quizá con algún
meandro, pero despejado y fácil de seguir. Sin embargo, en la novela
contemporánea el trayecto es divergente, repleto de saltos hacia
delante y retrocesos inesperados. Y aunque el lector actual ya está
acostumbrado a estos juegos narrativos y puede guiarse con soltura, a
veces todavía nos podemos encontrar con novelas que desafían
cualquier conformismo y que nos plantean un reto tan estimulante como
refulgente.
Si
en La torre del homenaje Jennifer Egan construyó un perfecto
artefacto novelesco que se podría estudiar como la manera canónica
de contar una historia manteniendo el interés fascinado del lector
en cada página, en El tiempo es un canalla dobla las apuestas y nos
enseña en qué consiste la narrativa del siglo XXI. Como si de un
disco conceptual se tratase, la autora hace uso de todo tipo de
recursos narrativos para construir un panorama tan ambicioso y
completo de gran escala como, en el fondo, humanista y cercano.
Porque
cada capítulo de El tiempo es un canalla es un ejercicio de estilo
en el que Egan juega con el tiempo, la perspectiva, el tono o los
géneros literarios. Pero no se trata de un pastiche o de una vacua
demostración de virtuosismo. Aparte de la maestría de la autora
para conseguir una sutil unión entre las centrípetas partes que
componen la novela, hay un fondo que podríamos considerar moral que
envuelve toda la narración y que convierte este variopinto
muestrario de personajes en un unitario mapa de la conciencia
contemporánea.
El
tiempo es un canalla ganó el premio Pulitzer y es considerada como
una de las mejores novelas de lo que llevamos de siglo, y sin embargo
nos parece que no se le ha dado la suficiente importancia, que Egan
debería ser tan famosa como Messi, que sus libros tendrían que
discutirse en interminables tertulias televisivas... Aunque mejor no,
que cada lector sea capaz de descubrir por sí mismo las maravillas
que ofrece y disfrutar íntimamente de lo mejor que la literatura
puede ofrecernos. Y eso siempre es privado.
Editorial
Minúscula
Traducción
de Carles Andreu
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