Saffie,
la protagonista de La huella del ángel es un personaje sin
nostalgia, elemento sin el que se diría que la literatura no es
posible. Sin embargo, Nancy Huston no solo supera este escollo, sino
que logra construir una novela de amor en la que apenas hay
romanticismo, y cuando este se cuela por algún resquicio, la autora
se las arregla para mantener la perspectiva. Pero tampoco se trata de
un libro cínico ni distante, sino que pese a la frialdad y lo
afilado del estilo, o quizá precisamente por eso, consigue llegar al
lector sin el estorbo de lo accesorio.
Un
acierto pleno de Huston es el tono del narrador, una voz burlona y
juguetona que no solo cuenta la historia, sino que la comenta
combinando el despotismo del creador con las limitaciones que el
relato se impone a sí mismo. Es como si Huston, embozada en las
esquinas de la narración, desde donde observa a sus personajes con
curiosidad y algo de malicia, quisiera demostrar que las historias,
una vez creadas, adoptan sus propias decisiones, y el autor solo
puede intentar contenerlas, a menudo sin éxito.
La
elección del lugar (Francia) y el momento (finales de los años 50 y
principios de los 60, en pleno conflicto argelino) pueden parecer
azarosos. Al fin y al cabo, la historia de la desdicha de Saffie
podría tener lugar en cualquier época y espacio. Pero poco a poco
vamos comprendiendo la trascendencia de esta elección, el eco del
pasado en la personalidad y las actitudes de sus personajes. Hasta el
en apariencia inocuo Raphael, el improbable marido de Saffie, puede
ser comprendido y incluso compadecido.
Al
fin y al cabo, la historia de La huella del ángel es la historia de
una mujer que trata de recuperar la inocencia, que tras una serie de
experiencias traumáticas cree vislumbrar la posibilidad de la
felicidad. Huston se la juega tratando no solo este drama, sino
incluso el nazismo y las barbaries francesas durante la
descolonización con cierta ironía. Hay quien dice que solo
asumiendo el pasado se puede mirar el futuro con claridad, pero
Huston parece decirnos que la culpa nunca se acaba de limpiar, y que
el único tratamiento eficaz es el olvido. Si fuera posible.
Editorial
Salamandra
Traducción
de Eduardo Iriarte
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