Aunque
hoy en día John Cheever es admirado sobre todo por sus cuentos, que
a menudo se toman por fiel reflejo de los Estados Unidos de los años
50 y 60, hay que recordar que en esa época Cheever era un escritor
respetado, pero ni se le consideraba un maestro ni tenía una gran
repercusión popular. No fue hasta que publicó sus novelas sobre los
Wapshot y, sobre todo, Falconer, convertido en un bestseller
instantáneo, que Cheever alcanzó un reconocimiento del que todavía
disfruta.
Y
es que si sus relatos de la vida suburbial han marcado la imagen que
tenemos de la América dorada, bajo cuyo esplendor se escondía la
miseria y el tedio, en Falconer Cheever retrata un nuevo país,
corrupto y enquistado, en el que no hay mejor metáfora social que la
cárcel. Su protagonista, Farragut podría, ser un personaje de un
cuento típico de Cheever, un profesor universitario ilustrado, con
una infancia difícil y graves problemas emocionales. Pero en los 70
lo que hubiera sido el retrato de un alcohólico sin perspectivas se
transforma en el perfil un drogadicto y criminal.
Además
de la adicción, en Falconer Cheever también recurre a otras de sus
obsesiones, como la homosexualidad. Si en otras ocasiones ya se había
ocupado de un asunto que personalmente le trastornaba, en Falconer lo
hace de manera cruda y sin sentimentalismo, con esa mezcla de
atracción y repulsión que tanto le afectaba. También aparecen,
expuestos de una manera despiadada y cruel, temas como el matrimonio,
la relación entre hermanos o, de manera más abstracta pero no menos
poderosa, la libertad.
En
esta novela el estilo de Cheever es más crudo que nunca. La historia
avanza a trompicones, sin que importe demasiado la progresión
cronológica, pues, como debe de suceder en la cárcel, los días y
los sucesos se confunden. A menudo Cheever da la oportunidad a sus
personajes para que cuenten sus historias como si se confesaran, y
consigue que su voz suene tan auténtica y creíble como despojada.
No hay simpatía hacia sus criaturas, y la crítica al sistema
penitenciario se mezcla con la observación de una sociedad decadente
en la que quizá nadie merece el perdón.
Editorial
Salvat
Traducción
de Aníbal Leal
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