miércoles, 18 de febrero de 2015

El pecado o algo parecido, de Francisco González Ledesma


La cantidad de groserías y obscenidades que se acumulan en El pecado o algo parecido es de tal calibre que haría empalidecer al sargento chusquero más curtido. Es como si Francisco González Ledesma hubiera reinventado el clásico barroco español para exprimir el lenguaje en todas sus posibilidades ofensivas creando imágenes tan brutas que a veces parecen asustar al mismo Méndez. El lector también puede sentir herido su pudor ante tamañas barbaridades, pero solo mientras se recupera de las carcajadas.

Pero esto no es nuevo en las novelas de Méndez, lo que cambian son los escenarios. En esta ocasión el policía abandona las calles de Barcelona para visitar (de su bolsillo) Madrid y París. Pero, sobre todo en lo que respecta a Madrid, las cosas no cambian demasiado. El mundo en el que se mueve Méndez es solanesco, oscuro, decadente: esto sí que es realismo sucio. Y aquí es donde mejor se mueve, porque lo que no puede soportar es ese impostado aire de modernidad que trata de transformar las ciudades (la eterna Barcelona postolímpica), pero que lo único que consigue es ocultar la mugre, sin acabar con ella. 





Y en esta sociedad de relumbrón es donde se encuentran los verdaderos criminales. No es que González Ledesma caiga en la distinción de entre buenos-pobres y malos-ricos, en la visión del mundo según Méndez la mezquindad está perfectamente redistribuida. Pero a más poder, más capacidad de hacer daño. Si el lenguaje es crudo, la violencia retratada en El pecado no es menos bestial y el mal parece no tener límites. Incluso la justicia, según el concepto que Méndez tiene de la misma, solo puede manifestarse de una manera sangrienta y poco legal.

El argumento de El pecado es tan enrevesado como la forma de expresarse de sus personajes, su desarrollo está tan lleno de casualidades que la verosimilitud se convierte en una broma más, y la resolución no evita el golpe de efecto artificioso. Todos esto son recursos que cualquier profesor de escritura reprocharía, y sin embargo, cuánto hay que aprender de González Ledesma. Alejado de la literatura aséptica, incorrecto ante todo lo que se le ponga por delante, aquí nos encontramos con novelas de verdad.

Editorial Planeta

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