La
cantidad de groserías y obscenidades que se acumulan en El pecado o algo parecido es de tal calibre que haría empalidecer al sargento
chusquero más curtido. Es como si Francisco González Ledesma
hubiera reinventado el clásico barroco español para exprimir el
lenguaje en todas sus posibilidades ofensivas creando imágenes tan
brutas que a veces parecen asustar al mismo Méndez. El lector
también puede sentir herido su pudor ante tamañas barbaridades,
pero solo mientras se recupera de las carcajadas.
Pero
esto no es nuevo en las novelas de Méndez, lo que cambian son los
escenarios. En esta ocasión el policía abandona las calles de
Barcelona para visitar (de su bolsillo) Madrid y París. Pero, sobre
todo en lo que respecta a Madrid, las cosas no cambian demasiado. El
mundo en el que se mueve Méndez es solanesco, oscuro, decadente:
esto sí que es realismo sucio. Y aquí es donde mejor se mueve,
porque lo que no puede soportar es ese impostado aire de modernidad
que trata de transformar las ciudades (la eterna Barcelona
postolímpica), pero que lo único que consigue es ocultar la mugre,
sin acabar con ella.
Y
en esta sociedad de relumbrón es donde se encuentran los verdaderos
criminales. No es que González Ledesma caiga en la distinción de
entre buenos-pobres y malos-ricos, en la visión del mundo según
Méndez la mezquindad está perfectamente redistribuida. Pero a más
poder, más capacidad de hacer daño. Si el lenguaje es crudo, la
violencia retratada en El pecado no es menos bestial y el mal parece
no tener límites. Incluso la justicia, según el concepto que Méndez
tiene de la misma, solo puede manifestarse de una manera sangrienta y
poco legal.
El
argumento de El pecado es tan enrevesado como la forma de expresarse
de sus personajes, su desarrollo está tan lleno de casualidades que
la verosimilitud se convierte en una broma más, y la resolución no
evita el golpe de efecto artificioso. Todos esto son recursos que
cualquier profesor de escritura reprocharía, y sin embargo, cuánto
hay que aprender de González Ledesma. Alejado de la literatura
aséptica, incorrecto ante todo lo que se le ponga por delante, aquí
nos encontramos con novelas de verdad.
Editorial
Planeta
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