Hay
muchas maneras de contar la sinuosa, contradictoria y reverberante
historia de Enric Marco, pero después de leer El impostor se diría
que Javier Cercas ha dado con la versión definitiva. Y no solo
porque la investigación del escritor haya destapado todas las
mentiras de su personaje, sino porque su acercamiento, más moral que
histórico, consigue no solo un retrato matizado y profundo de su
protagonista, sino que coloca al propio autor ante el espejo. Y el
lector, al menos el lector más riguroso, tampoco podrá escapar a
este escrutinio. Nunca quedará claro quién es el impostor del
título.
Al
contrario de lo que pasaba en Anatomía de un instante, en esta
ocasión Cercas se adelanta a todas las posibles suspicacias del
lector. Aunque es cierto que el autor tiene cierta tendencia a
citarse a sí mismo, por decirlo de alguna manera, hay que
reconocerle el valor a la hora de situarse en el centro del foco, con
todas su vulnerabilidades al descubierto. De igual manera, es muy
consciente de todas las posibles repercusiones de lo que escribe, y
se apresura a solventarlas, sin dejar de explorar ninguna de las
posibilidades del relato.
Toda
la estructura de esta novela sin ficción está construida a través
de ese juego de espejos, de un laberinto que parece llevarnos todo el
tiempo al punto de partida. Pero en el camino iremos descubriendo la
increíble vida, o, mejor dicho, fabulación de Marco. Y a través de
sus invenciones y engaños será Cercas, y con él el lector, quien
tendrá que enfrentarse a sus propias mentiras. Así, El impostor,
que sigue la tradición de la nueva biografía, con el claro y
explícito modelo de El adversario, de Carrère, supone la
culminación del género, la autoficción traspasando los límites de
la escritura para atrapar también al lector.
Pero
es que las dimensiones del empeño son tales que El impostor también
ofrece una nueva lectura de la historia de España, o al menos de su
percepción. De esa engaño colectivo en el que un país se ha mirado
en un espejo que siempre le daba la imagen más conveniente, por
falsa que sea. La necesidad de maquillar el propio pasado alcanza
categoría de símbolo cuando se contrasta cada avatar biográfico
con el momento histórico correspondiente. Entre otras cosas, Marco
logró ser creído porque todo el mundo quería creerle.
Editorial
Random House
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