viernes, 27 de febrero de 2015

Te llevaré conmigo, de Niccolò Ammaniti


Entre los motivos que han convertido a Niccolò Ammaniti en el autor italiano actual de más éxito (al menos entre los escritores de calidad) ciertamente no se encuentra una visión complaciente de su país. Al igual que en Como Dios manda (con la que comparte tanto un paisaje decadente como una visión descarnada del comportamiento humano), en Te llevaré conmigo Ammaniti coloca a sus personajes en unas situaciones desesperadas en las que confronta el impulso más desprendido (a su extraña manera, también hay algunos buenos tipos), con la brutalidad más salvaje.

Pero lo más perturbador de las historias de Ammaniti es que bondad y maldad se mezclan en sus personajes si no de manera compensada, si al menos con la suficiente como para provocar inesperados desequilibrios. Los buenos, los héroes, pueden tener un momento de debilidad, una reacción inesperada que los iguala con sus enemigos; mientras que los seres más despreciables, los monstruos, también pueden tener un fondo de redención. No se trata de fáciles excusas (“la sociedad los ha hecho así” y tal), sino de un conocimiento desprejuiciado del corazón humano.




La escritura de Ammaniti es directa, tan despiadada como sus historias, lo que hace todavía más impactantes sus momentos de ternura. El autor recurre a frases muy cortas y neutras, pero que sirven para reflejar el mundo poco dado a los adornos en el que habita. De igual manera, no faltan las descripciones, pero estás son más informativas que destinadas al exhibicionismo estilístico. Esta aparente sencillez también afecta a la estructura de la novela, que tras un simple recurso de antes y después esconde un elaborado juego temporal con el que el escritor manipula al lector a su gusto.
Porque, ante todo, en Te llevaré conmigo Ammaniti logró firmar una novela de una construcción tan sólida como dúctil es su desarrollo. Ahí se encuentra la clave de su capacidad para conducir al lector por donde él quiere. Los cimientos son firmes y conocidos, propios de un libro tradicional que pasaría cualquier prueba de resistencia, pero a la vez tiene la flexibilidad necesaria para sorprender, para inspeccionar lugares que nadie se esperaría. El efecto, sin efectismo, es como verse sobresaltado justo en el momento más confortable.

Editorial Anagrama
Traducción de Juan Vivanco

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