Entre
los motivos que han convertido a Niccolò Ammaniti en el autor
italiano actual de más éxito (al menos entre los escritores de
calidad) ciertamente no se encuentra una visión complaciente de su
país. Al igual que en Como Dios manda (con la que comparte tanto un
paisaje decadente como una visión descarnada del comportamiento
humano), en Te llevaré conmigo Ammaniti coloca a sus personajes en
unas situaciones desesperadas en las que confronta el impulso más
desprendido (a su extraña manera, también hay algunos buenos
tipos), con la brutalidad más salvaje.
Pero
lo más perturbador de las historias de Ammaniti es que bondad y
maldad se mezclan en sus personajes si no de manera compensada, si al
menos con la suficiente como para provocar inesperados
desequilibrios. Los buenos, los héroes, pueden tener un momento de
debilidad, una reacción inesperada que los iguala con sus enemigos;
mientras que los seres más despreciables, los monstruos, también
pueden tener un fondo de redención. No se trata de fáciles excusas
(“la sociedad los ha hecho así” y tal), sino de un conocimiento
desprejuiciado del corazón humano.
La
escritura de Ammaniti es directa, tan despiadada como sus historias,
lo que hace todavía más impactantes sus momentos de ternura. El
autor recurre a frases muy cortas y neutras, pero que sirven para
reflejar el mundo poco dado a los adornos en el que habita. De igual
manera, no faltan las descripciones, pero estás son más
informativas que destinadas al exhibicionismo estilístico. Esta
aparente sencillez también afecta a la estructura de la novela, que
tras un simple recurso de antes y después esconde un elaborado juego
temporal con el que el escritor manipula al lector a su gusto.
Porque,
ante todo, en Te llevaré conmigo Ammaniti logró firmar una novela
de una construcción tan sólida como dúctil es su desarrollo. Ahí
se encuentra la clave de su capacidad para conducir al lector por
donde él quiere. Los cimientos son firmes y conocidos, propios de un
libro tradicional que pasaría cualquier prueba de resistencia, pero
a la vez tiene la flexibilidad necesaria para sorprender, para
inspeccionar lugares que nadie se esperaría. El efecto, sin
efectismo, es como verse sobresaltado justo en el momento más
confortable.
Editorial
Anagrama
Traducción
de Juan Vivanco
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