Mrs. Bridge comenzó siendo un relato publicado en The Paris Review para
un tiempo después convertirse en una novela, la cual a su vez, diez
años más tarde, se vio completada por una segunda parte, Mr.
Bridge. Y no habría sido extraño que Evan S. Connell hubiera
alargado la saga dando espacio a los hijos del matrimonio, pues
aunque ambas novelas están construidas a través de breves escenas
de apenas un par de páginas y en ellas nos encontramos con unas
personas que parecen encarnar el vacío existencia, hay allí mucha
más vida de la que nos podríamos imaginar.
Mrs.
Bridge (India, aunque tanto su nombre de pila como el de su marido,
Walter, apenas son citados) podría parecernos el prototipo de ama decasa desquiciada, tan absorta en su aburrimiento que apenas es capaz
de darse cuenta de que su vida está pasando sin que haga nada al
respecto. Constreñida por la autoridad de su marido y golpeada por
la indolencia y egoísmo de sus hijos, Mrs. Bridge parece una persona
por delegación, incapaz de tomar decisiones, sin el menor atisbo de
rebeldía.
Se
podría considerar la visión de Connell como flaubertiana, aunque en
su acercamiento hay algo más de comprensión y simpatía que en el
maestro francés. Cierto que no escatima burlas ni ironía, pero en
el fondo se detecta algo de compasión, que no es lo mismo que
condescendencia. Mrs. Bridge es una mujer débil y frustrada, pero
Connell no la convierte en ese mártir tan enojoso en el que muchos
autores se empeñan en convertir a sus personajes femeninos, sino que
se apiada de ella. Más que una Madame Bovary, sería como la
Félicité de Un corazón sencillo.
Mr.
Bridge es intransigente, puritano, despótico, racista y antisemita.
Una joya, vamos. Pero también es justo, capaz de comprender y de
ayudar, preocupado por el bienestar de su familia más allá del
deber. Ni tan siquiera él mismo se comprende, por lo que para los
demás, que le ven a través de una capa de frialdad de la que nunca
se despoja, aparece como un ser inescrutable, tan intolerante con
todo lo que se aparta de su visión del mundo como capaz de
sorprender con su generosidad desprendida.
En
este caso Connell no muestra ninguna simpatía por su criatura, pero
una vez más evita caer en la simplificación. Aunque las novelas se
sitúan en los años 30, fueron publicadas en 1959 y 1969, y no
cuesta ver en Mr. Bridge una personificación del espíritu de los
años 50, el hombre del traje gris. Muchas novelas americanas de esa
época se centraron en la figura de este hombre de vida rutinaria,
habitante de los suburbios acomodados, que parece transitar por la
vida tan seguro de su éxito social como incapaz de reconocer su
fracaso íntimo. Y Connell, con su díptico, logró que podamos
comprender mejor, sin necesidad de juzgar, a un tipo de personas que
nos parecen muy distantes pero que en el fondo nos son tan cercanas.
Editorial
Seix Barral
Traducción
de Ana Mª de la Fuente y Elsa Mateo
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