Frente
a la mayoría de las novelas editados por la “industria del libro”,
elaboradas con una fría profesionalidad, hay una minoría de textos
que parecen responder a una necesidad física, confesiones que bullen
en el cerebro de los autores y que encuentran su manifestación en
obras torrenciales y salvajes. Y es una suerte que esos escritores
puedan dar escape a esa furia que habita en ellos a través de la
literatura, porque sin duda otras formas de expresión serían mucho
más brutales.
De
esta manera Agustín Gómez Arcos utilizó El cordero carnívoro
para dar rienda suelta a una pasión que ardía en su corazón. No
sabemos lo que la historia de la novela tendría de autobiográfica
(Luis Antonio de Villena cuenta en el prólogo que el autor evitaba
dar explicaciones al respecto), pero de lo que no hay duda es de que
Gómez Arcos la sentía como algo muy personal, como un resquemor
íntimo del que debía librarse si quería seguir viviendo.
La
confesión del protagonista y del autor cobra forma de vómito
irrefrenable en el que el se entremezcla el recuerdo de un amor
incestuoso y homosexual y el de un odio fervoroso hacia la madre.
Pero contando con un argumento tan poderoso, lo más peculiar de la
novela es que se puede leer no tanto como una historia sobre tabúes
y sentimientos inefables, sino como una muy particular historia de la
España franquista quebrada por las secuelas de la Guerra Civil.
Tratándose
de una cuestión tan íntima, también es curioso que Gómez Arcos la
escribiera en francés, aunque quizá haya historias que solo se
pueden escribir en un idioma ajeno. En cualquier caso, si los libros
de manual de los que hablábamos al principio suelen tener tanta
solidez formal como falta de vida, libros como El cordero carnívoro
resplandecen en su verdad pero flaquean en su construcción. Gómez
Arcos supo superar este escollo gracias a un fulgor que no admite
términos medios.
Editorial
Cabaret Voltaire
Traducción
de Adoración Elvira Rodríguez
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