De
igual manera que hoy es difícil pensar que hace apenas un siglo
Suecia era uno de los países más pobres y atrasados de Europa,
resulta arduo imaginar las condiciones de las mujeres en aquella
época, cuando los más elementales derechos les eran negados y
cualquier intento de igualdad era considerado incluso una blasfemia.
Es en este contexto en el que hay que situar a August Strindberg
cuando escribió Casarse para poder empezar a intentar comprenderlo.
Tarea
en absoluto sencilla, pues no solo algunas opiniones de Strindberg
hoy aparecen totalmente desfasadas, sino que a menudo son tan
radicalmente opuestas que parecen proceder de dos personas
diferentes. Por ejemplo, si en el prólogo a la primera parte de
Casarse expone un progresista programa en defensa de las mujeres en
el que solo previene del voto feminino hasta que las mujeres hayan
alcanzado una educación que las permita expresar su propia opinión
(idea discutible, pero razonada), en el prólogo a la segunda parte
sale con la peregrina idea de que el voto les debería estar vedado
porque no realizan el servicio militar.
Y
es que a menudo da la impresión de que Strindberg tenía una mente
estrecha, en el sentido de que sus propias experiencias personales
marcaban su ideología. Como le pasa a todo el mundo, cierto, pero en
el caso de un artista se corre el peligro de que esas ideas
ensombrezcan su creación, que se puede convertir en una burda manera
de expresar a través de la literatura posiciones políticas, con el
peligro de caer en el sermón. Y el verdadero artista siempre debe
situarse por encima de sus propias convicciones.
Algo
que sí se tiene que valorar en Strindberg es que nunca cae en el
paternalismo, mal que afecta a gran parte del feminismo masculino. La
estridente misoginia que cala a lo largo de su obra no se esconde
tras unos supuestos principios naturales ni es determinista. Lo malo
es que es frecuente que Strindberg se exprese como un taxista de
caricatura en el que la intención provocadora puede quedar apagada
tras la contundencia del exabrupto.
En
la contraportada de esta edición de Casarse se cita a Ingmar
Bergman, quien afirmó que había amado, odiado y lanzado libros de
Strindberg contra la pared durante toda su vida. Hay que reconocer
que en el caso de Casarse mi reacción dominante ha sido la de tirar
el libro. Su lectura es una lucha constante, una discusión esforzada
y agotadora. En comparación con Ibsen, con quien parece mantener un
pulso constante, Strindberg es más desafiante y pone a prueba
nuestras firmes posiciones de una manara mucho más radical. Del
lector depende decidir si merece la pena.
Editorial
Nórdica
VV.TT.
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