Como
si en lugar de un detective se tratara de un mago, Arturo Zarco no
deja de sacarse conejos de la chistera. Pero ni tan siquiera se trata
de habilidades investigadoras (es un mal observador, déficit no
menor para alguien con su oficio), ni de la capacidad para dar con
pistas imprevistas como si fuera una novela de Agatha Christie. Los
recursos que Zarco tiene para regalar son referentes culturales de
todo tipo y que a veces parece que van a causarle un atragantamiento.
El
derroche de citas que Marta Sanz despliega en Un buen detective
no se casa jamás es tal que en algunos momentos puede abrumar e
incluso agotar al lector, que o bien entra en el juego de tratar de
pillar todos los guiños o puede dejarse arrastrar por la avalancha
referencias. Pero Sanz no se conforma con esta demostración de dominio de
amplios y diversos campos culturales, sino que también ejecuta un
estilo barroco según el cual el mejor camino siempre es el más
complicado.
Y
eso que la trama puramente detectivesca de Un buen detective, además
de tardar mucho en llegar, es de una sencillez casi arquetípica,
aunque adornada con infinitos requiebros. Zarco está de vacaciones y
durante gran parte de la novela nos preguntamos a dónde llevará
todo esto, más allá del regocijante y auto satisfactorio juego
estilístico. Será con la adición de los cuentos de hadas y su
reflejo siniestro como la historia acabará de tomar forma.
Entre
tantos autores mencionados explicita y lateralmente en la novela,
elaborar una lista de modelos sería arduo e inútil, pero aparte del
más que evidente paralelismo con las películas Hitchcock, y
especialmente Vértigo (como queda patente en la portada elegida), el
estilo de Sanz puede recordar al Gonzalo Suárez más pop y desatado,
capaz de convertir el relato detectivesco más convencional en un
artefacto de vanguardia en el que parece haberse alterado el orden de
los rollos de la película.
Editorial
Anagrama
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