A
lo largo de su carrera Santiago Lorenzo ha demostrado una variada
gama de habilidades en diversas materias, pero siempre ha prevalecido
su calidad de artesano. Así, en su faceta de novelista, podemos
comprobar cómo cada frase parece tallada con mimo y minuciosidad.
Hay en su escritura tal riqueza de recursos, imágenes y brillantez
que a menudo es necesario leer sus frases un par de veces para que la
chispa del ingenio no oculte la amplitud de sus referencias.
De
igual manera, se podría devaluar el alcance de sus libros
calificándolos como simples gracietas, por esa mala costumbre de
mirar con la ceja levantada todo libro divertido (y si hay algo que
nadie discute, es que las novelas de Lorenzo son hilarantes). Es
cierto que el argumento de Las ganas (el tremendal de Benito,
su protagonista, por no porlar) no parecería el culmen de la
sofisticación, pero Lorenzo va mucho más allá de la broma cafre y
a través del estilo consigue construir un mundo personal y
reconocible.
También
el Madrid que aparece en Las ganas es el Madrid eterno. Sus
escenarios, reales, pueden pasar desapercibidos incluso para el
madrileño de toda la vida, pero están ahí, a la vista de todos.
Las calles de Luna o Chamartín que aparecen en el libro tienen la
cualidad de ser secretas, sabemos que existen y podemos pasear por
allí, pero siguen manteniendo algo de enigmáticas, como si sus
secretos solo fueran desvelados a los iniciados. Y Lorenzo consigue
transmitir a la perfección esa mezcla de cotidianidad y misterio.
El
lenguaje de sus personajes también combina una creatividad muy poco
realista con una marca de autenticidad que no se puede impostar. Las
palabras inventadas pero de una expresividad que no deja lugar a
dudas, los giros inesperados que sacuden como descubrimientos de algo
que siempre ha estado ahí, las metáforas, los insultos y todo tipo
de expresiones chocantes y locas hacen de la experiencia de leer a
Lorenzo un delirio tragicómico en sí mismo.
Editorial
Blackie Books
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