Escrito
cuando ya había vuelto la espalda al mar, pero aún conservaba su
pasión, en El espejo del mar Joseph Conrad quiso plasmar este mismo
ardor por la marinería a través de su estilo reposado y detallista.
Porque es muy fácil dejarse llevar por el fervor y la exaltación,
sucumbir a la nostalgia y la elegía, pero es más complicado hacerlo
manteniendo la compostura y trasladando la misma precisión y
responsabilidad del trabajo en el mar a la escritura.
En
este libro Conrad deja clara su devoción por la vida en el mar,
incluso cierto desprecio hacia las gentes de tierra adentro (esos que
dicen “echar el ancla”), pero tampoco oculta la dureza de este
tipo de existencia, incluida la ingratitud de ese ser que a veces
parece tener vida propia que es el mar (al igual que otros elementos
igualmente impredecibles, o no tanto, como el viento). Visto con
perspectiva, para el autor, con todos sus sinsabores, la plenitud de
su vida se encuentra en sus días en el mar.
Y
la descripción de sus experiencias, incluso para las persona más
ajena al atractivo del mar que se pueda imaginar, consigue transmitir
no solo esta admiración, sino el respeto por los códigos que rigen
en un barco, para Conrad mucho más rectos y ejemplares que los que
se practican en tierra. En los momentos más exigentes, en los que
realmente es cuestión de vida o muerte, cada uno demuestra del
verdadero material del que está hecho. Y, como sabemos por sus
novelas y relatos, eso nunca nadie lo olvidará.
Pero
no hace falta acudir a situaciones tan extraordinarias. Conrad
también reivindica la parte más artesanal del oficio del mar. El
barco bien hecho, incluso el barco de regatas de aficionados, para el
que hay que poner lo mejor de sí mismo si uno quiere convertirse en
un verdadero capitán. La asunción de responsabilidades, el
comportamiento riguroso pero comprensivo. Con calma, sin que sobre ni
falte nada, Conrad desarrolla sus ideas y recupera sus vivencias.
Pero no tiene que convencer a nadie, su testimonio tiene el peso de
lo verdaderamente sentido.
Editorial
Reino de Redonda
Traducción
de Javier Marías
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