Para
muchos ingleses Francia aparece como un gigantesco escenario en el
que se desarrollan pasiones y dramas impensables para el alma serena
y contenida de un británico. Por eso David Garnett, que ya desde el
título de Formas del amor deja clara su intención de investigar
sobre las diferentes pieles que adquiere el romance, eligió con tino
la France como lugar en el que desarrollar sus historias de
enamoramiento, celos, adoración y decepción.
Pero
más allá del decorado, Garnett no sufre el contagio del ardor
meridional. Su estilo es reconcentrado, siempre yendo al grano, sin
dejar apenas espacio para las interpretaciones psicológicas o las
descripciones románticas (en el sentido de reflejar ánimos a través
de ambientes). La historia de Formas del amor se desarrolla a lo
largo de más de quince años, pero la brevedad de la novela deja
claro que no hay espacio para divagaciones, solo cabe lo esencial.
Cada
parte del libro se centra en una “forma del amor”, pero al igual
que sus personajes se mezclan, adoptando alternativamente el peso de
la acción, no se puede considerar la obra como una pieza amorfa. El
corazón (término más apropiado aquí que “nucleo”) de la
historia palpita en cada página sin que los desplazamientos físicos
ni el paso del tiempo afecten al conjunto, trabado por Garnett con
efectividad y consistencia.
Como
no podía ser de otra manera, el autor se toma un tema tan dado a
expansiones como el amor con cierta distancia, a pesar de que no se
prive de escenas violentas y de sentimientos más grandes que la
vida. Pero Garnett mantiene en todo momento una apropiada reserva, en
cualquier caso no cínica, sino de profunda comprensión hacia sus
personajes. Estos parecen vivir por y para el amor, como en una
película francesa, pero lo que queda es una grave ligereza, como en
una novela inglesa.
Editorial
Periférica
Traducción
de Marian Womack
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