En
algunos momentos de Los políglotas el lector no tiene más remedio
que parar, tomarse un respiro, relajarse y solo cuando ya se
encuentra con fuerzas, volver a la carga. En caso contrario la risa
que causa el libro de William Gerhardie puede convertirse en nerviosa
y acabar provocando un colapso. También hay otros momento en los que
la expectación creada, el “a ver ahora con que sale este” es tan
sobrecargada que el lector apenas puede aguantarse hasta llegar al
final de la broma.
El
libro esta narrado y protagonizado por un vanidoso y pedante al que
enseguida se le coge cariño, el recién desmovilizado Georges Hamlet
Alexander Diabologh, quien va a visitar a su excéntrica familia a
Tokio, donde se mezclará con todo tipo de personajes, ninguno de
ellos muy equilibrado. Con unos antecedentes familiares que harían
las delicias de Edith Sitwell y unas ramificaciones que parecen
alcanzar cualquier rincón del planeta, George se encontrará en su
salsa en su exótico nuevo emplazamiento.
Aunque
el humor de Gerhardie enseguida nos recuerda a otros autores
británicos (con Evelyn Waugh a la cabeza, por supuesto, pero también
llega a Gerald Durrell, por ejemplo), sería difícil encontrar su
secreto, poder imitarlo. Porque mucho nos tememos que en los retratos
del autor hay mucho tomado del natural, que esos personajes pirados y
esas escenas sin sentido tienen una base muy real. A esto se le añade
la capacidad de Gerhardie para sacar el máximo partido a cualquier
detalle y de encontrar el lado cómica a cualquier circunstancia.
También
hay un aspecto extraño en la novela que ha escrito George, y es que
detrás de tanto humor absurdo se encuentra cierta tristeza, que se
manifestará claramente en la parte final. La Gran Guerra acaba de
terminar y el nihilismo expresado por George se puede entender como una
pomposa muestra de sus limitadas ambiciones filosóficas, pero
también como una muestra de que después de la criminal contienda
era muy difícil volver a tomarse algo en serio. Aunque, al final,
descubra que no siempre puede vivir en una continua opereta.
Editorial
Impedimenta
Traducción
de Martín Schifino
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